Al Pacino en Argentina: Amor a primera vista
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Actuó en el Colón
El gran actor norteamericano contó su vida y obra ante un teatro repleto. Hizo reír y emocionó con anécdotas de su infancia y su carrera y hasta bailó unos pasos de tango. Prometió volver pronto.
- opiná
- shares
El tipo salió al escenario del Colón con el público ya ganado. 2700 personas lo ovacionaban de pie y él aún no había dicho una palabra. Look Pirata del Caribe (muy a lo Jack Sparrow, o a lo Keith Richards): traje negro con chaleco, la camisa blanca totalmente fuera del pantalón, los pelos negros parados, algunas cadenas sobre el pecho y un gran anillo verde en su dedo anular derecho. Un divo de Hollywood, un gran actor, un personaje entrañable que logró empatía con la gente en sólo segundos, pero que se tomaría más de dos horas para desandar el camino de su carrera y de su vida.
En rigor, An Evening con Al Pacino comenzó el viernes con el teatro a oscuras y escenas de sus mejores películas en la pantalla. El Padrino, Perros de la calle, Pánico en el parque, Perfume de mujer, Fuego contra fuego, Sérpico y más fueron pasando y dejando constancia de con quien nos encontraríamos. Un fuera de serie, una marca registrada.
El espectáculo prometía un recorrido por la vida y obra de Pacino. Y de eso se trató. Con un muy desenvuelto e informado Iván de Pineda en el rol de entrevistador (contó que lo había conocido tres minutos antes de salir al escenario y que la química entre ambos, que se notó, se había dado mágicamente), Pacino enseguida nos introdujo en su infancia en Nueva York, entre el East Harlem y el South Bronx. “Crecí en las calles, es de donde yo vengo. Tuve muchos amigos muertos muy jóvenes a causa de las drogas”, fue uno de sus primeros parlamentos. La entrevista era en inglés, pero podía accederse a una traducción simultánea con sólo requerir auriculares a la entrada de la sala. Claro, era más sencillo de comprender, pero con la elección se perdía la voz llena de matices de Pacino.
Al Pacino junto a Iván de Pineda, quien lo acompañó durante el show. (Prensa)
Es que como buen actor (y de los mejores), todo lo que dijo Al Pacino en la noche del viernes es para tomarlo con pinzas, de allí lo importante de tratar de comprenderlo en su idioma y con sus inflexiones. Maneja el paso del drama al chiste con maestría. Puede decir con voz grave una cosa tremenda y rematarla con un It’s a joke (es una broma), que deja pagando a los espectadores.
Así, contó que cuando Francis Ford Coppola lo quería para El Padrino, los ejecutivos de Hollywood lo rechazaron. Los motivos: era de Nueva York, era bajito y su apellido terminaba en una vocal, lo que evidenciaba su carácter latino. Sólo la insistencia del director lo puso en el filme. Pero lo que hacía gracia de la anécdota era el modo de contarla, su gestualidad, el tono para referirse a sí mismo con lo de bajito (“Short”, acompañándolo con las palmas de la mano hacia abajo). También contó cuando conoció a Marlon Brando. Para él, Brando era lo que les mostraría a los extraterrestres si preguntaran qué era un actor. Pero luego se ocupó de bajarlo a Tierra...
Resulta que Coppola les pidió que para conocerse más y tener afinidad en la película, almorzaran juntos. Y ese almuerzo fue en pleno set, sobre una camilla. Y que mientras Brando le preguntaba con interés cosas sobre su vida, devoraba con las manos una porción de pollo a la cazadora. Brando hacía preguntas con la boca llena y cuando terminó de comer se limpió las manos con la sábana de la camilla. Gran recuerdo.
También recordó que cuando se presentó en el célebre Actor’s Studio de Lee Strasberg, le dijeron que era un actor interesante, pero que volviera en un año. Cuando finalmente lo aceptaron al año siguiente, en el regreso a su casa vio su cara reflejada en la puertas del subte. Y allí se sintió actor: “Es lo que soy -se dijo-. Y lo que seré siempre”.
Tuvo también tiempo para contar alguna cosa familiar, como cuando Camila Polak (la hija de Lucila, la actriz argentina que es su novia) le pidió consejo porque empezaba una carrera en la actuación. “Dudé mucho si tenía algo para enseñarle. Sé cómo se hace, en realidad lo experimento en el camino, pero sólo me salió decirle que fuera natural. Y resultó un gran consejo, con su naturalidad ahora está por filmar con Bruce Willis”, remató.
Luego empezó la rueda de preguntas del público. Y el primero fue el actor Diego Pérez, que se confesó un fanático que vio “todas” (lo recalcó) sus películas y preguntó por una escena que “había visto más cien veces”, la de El Padrino 2, cuando su personaje de Michael Corleone se entera de que mataron a su hija y de cómo actuó esa reacción. Pacino volvió a sorprender. Contó que en esa escena, él había pegado un grito tremendo, pero que el editor decidió sacar el audio de su voz y que por eso se ve en el filme un grito mudo del mafioso. Impresionante.
Con el público y sus preguntas, Pacino se mostró cálido, alentando a los que se ponían nerviosos por hablar con él, dándolo consejos a los actores y actrices (fueron varios ignotos y hasta una se animó a invitarlo a un estreno) y hasta bromeando con otro que también se calificó de bajito (“Bienvenido a mi mundo”, fue su respuesta). Hasta tuvo tiempo para contener a una espectadora chilena, que cuando terminó la ronda, gritó pidiendo hacer una pregunta más y, en realidad, sólo quería hacer su catarsis. Dijo que tenía una entrada en primera fila y que la había perdido. “Yo le creo”, la consoló Pacino.
Luego se quedó solo en el escenario. Mostró imágenes de Wilde Salomé, película que dirigió en 2011, sobre el universo de Oscar Wilde, escritor del que es fanático. Y recitó uno de sus poemas, La balada de la cárcel de Riesling, ese que dice que el hombre mata lo que ama. Y siguió con otra poesía de Tennesse Williams, sobre los pájaros y la libertad.
La función había sobrepasado largamente las dos horas (estaba prevista para una hora y media). Se lo notaba cómodo y emocionado por el amor, el afecto y hasta la pleitesía que recibía en la sala. Entonces entró una orquesta (piano, guitarra, bandoneón, dos violines, viola y cello), que comenzó a tocar Por una cabeza, el tango que baila en Perfume de mujer como el ciego Teniente Coronel Frank Slade. Entró la bailarina Judith Kovalonsky y, con ella, Pacino tiró unos pocos pasos e hizo bailar también a De Pineda. El teatro ardía. Se tocó el corazón y prometió volver pronto a la Argentina. Seguramente así será.
El orgullo de Adrian Suar
Fue uno de los responsables de la llegada de la megaestrella al país. Adrián Suar, junto a Preludio, Nacho Laviaguerre Producciones y Tieless Media (del cuñado Federico Polak y Fernando Abadi), produjo An Evening con Al Pacino. Al término de la función, en el Salón Dorado del Colón, el actor y empresario irradiaba orgullo y alegría. “Estoy feliz -comentó a Clarín-, hace tres años que estábamos con esto y lo logramos. Pacino es un actor icónico. Hay muchos buenos actores en el mundo, pero icónicos, sin repetir y sin soplar, decís Al Pacino”.
Por esa condición se pensó en el Colón. “Podíamos haber ido a otro lado, porque las entradas (hubo desde 300 pesos en el Paraíso hasta 10.000 , con la posibilidad de conocerlo) volaron en cuanto las pusimos a la venta. Pero entre él, que es un Premium, y el teatro, había coincidencia. Y cuando se enteró que podía venir acá, se fascinó. Ya no quería otro lado”.
Cuando Suar se conoció con Pacino, el norteamericano le habló de Messi. “Y también bromeó con algo que yo dije en Telenoche, que él venía a la Argentina para ver qué clase de actor era yo. Se ve que Lucila (Polak) le mostró el video. Así que me cargó con eso”.
Comentarios
Publicar un comentario