1927-2017
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A los 89 años, falleció la francesa que brilló en Hiroshima Mon Amour y en esa joya que es Amour.
“Lo he visto todo. Todo”. La voz de Emmanuelle Riva es inolvidable para toda una generación que en 1959 se deslumbró con Hiroshima Mon Amour, la obra maestra con dirección de Alain Resnais y guión de Marguerite Duras que fue uno de los hitos fundacionales de la nouvelle vague. Esa voz se apagó para siempre: Riva murió el viernes en París, a los 89 años. Había pasado los últimos cuatro peleando contra un cáncer que no le impidió trabajar: filmó tres películas a la par que protagonizó dos obras de teatro, en París y en Roma.
Hija única, había nacido en 1927 en Cheniménil, en el este de Francia. De pequeña decidió que quería ser actriz, pero para una chica de un pueblo de provincia, de familia modesta –su padre pintaba carteles comerciales y su madre era una campesina-, sin conexiones, parecía una ambición imposible. “Mi padre quería que siguiera estudiando. Yo sabía que mi pasión era actuar. Pero mientras tanto, tenía que hacer algo y entonces aprendí a coser”, contó alguna vez.
Según la leyenda, el padre de Riva estaba pintando un cartel de un negocio cuando el dueño, que también dirigía un grupo de teatro amateur, le preguntó si conocía a una chica joven para una obra. Y así empezó todo. A los 26 años, esa chica provinciana viajó a París para entrar a la escuela de actuación: “Me habría gustado empezar a actuar a los 17, pero ya fue un milagro poder empezar”, decía. Se llamaba Paulette, pero adoptó Emmanuelle como nombre artístico.
Entonces su camino se cruzó con el de Resnais, y de la noche a la mañana se convirtió en una estrella. Pero Riva no aprovechó el momento: no quería participar en películas a las que consideraba “comerciales” y descartó muchísimos papeles. “Como rechazaba ofertas, dejaron de llamarme. Me olvidaron. Se crea un espacio vacío y ese vacío avanza. Estaba un poco ida. Era demasiado intransigente. No por menosprecio, sino por una sed por lo absoluto, lo que puede ser un gran defecto”, explicaba.
De todos modos, en los años ’60 trabajó en otras joyas, como Kapo, de Gillo Pontecorvo; León Morín, sacerdote, con Jean-Paul Belmondo; o Relato íntimo, de Georges Franju. Y, después, en filmes de culto como Los ojos, la boca, de Marco Bellocchio; Liberté, la nuit; de Philippe Garrel, o Bleu, de Krzysztof Kieslowski.
Su otro gran hito sería otra película con la palabra amor en el título: Amour, de Michael Haneke, en 2012. El papel de una mujer senil le valió un César, un Bafta y la nominación al Oscar. Entonces, esta mujer que no se casó ni tuvo hijos, decía: “No me arrepiento de nada porque no podría haber hecho un papel así cuando tenía 40 años. Esta película llegó en el momento exacto de mi vida. ¿De qué podría estar arrepentida?”.
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