Escucho y sigo ¿Qué se puede hacer salvo cantar canciones de amor?
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Poli, la mitad responsable de un gran disco romántico. Foto: Fernando de la Orden
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Empezamos a cantar canciones románticas, que es lo que vende. Con eso la re pegás, boludo. Yo les paso el dato. Me re enamoro, vos me dejás, yo lloro. Terrible”.
En la tercera fecha de su regreso a los escenarios al frente de Don Osvaldo, luego de cumplir una condena en prisión, Patricio Fontanet se dirigió a los asistentes de la Plaza de la Música (Córdoba) con aquellos dichos. No todo quedó ahí: reforzó con más sobre el mismo tema, como asintiendo, y sin dejar lugar a las especulaciones. “En la Fundación Favaloro tendrían que revisar esto. Gente que canta sufriendo problemas cardíacos. Lo que hace el amor chicos, lo que hace el amor. ¡El rock nacional ama, porque se llena de minitas el recital!”.
Así las cosas, una vez que un músico del rock local se pone picante en el escenario, no vamos a arruinárselo infiriendo como detectives tuertos el/los nombres de los posibles destinatarios de su ironía. Fuese tal, cual, ellas u otros, el cantante colectivizó su burla.
Lo extraño de su soliloquio es que alguien que pretende estar inscripto dentro del género que tuvo en un tema llamadoHeartbreak Hotel (Hotel de corazones rotos) uno de sus primeros hitos en la voz de Elvis Presley (1956), o descontando que el primer simple de The Beatles se llama Love Me Do (Amame, 1962), banalice a los colegas que optan por “cantarle al amor”.
Recuerdo que, hacia fines de los ‘90, fue Pity Alvarez, en aquella sala de ensayo de Viejas Locas en la calle Murguiondo (Villa Lugano), el único rockero nacional que argumentó con estilo su decisión de prescindir del recurso. “A veces me tienta, pero termino pensando siempre lo mismo. Que venga un tipo como Armando Manzanero, escuche mi tema y diga: ‘Pero qué va a saber del amor este pendejo pelotudo que tiene 25 años’. Así que prefiero escribir sobre lo que vivo, y no proyectar nada”.
Volviendo a lo de Fontanet, el interrogante es: ¿qué contraprestación presume estar ofreciendo a cambio? ¿Cuál sería el opuesto del romanticismo que él detecta en la escena local? ¿Denuncia? ¿Testimonio social? ¿Tuits cantados. Engarzados para la mochila de frases de seleccionadores nacionales?
Todo esto excede la carrocería estética de sus canciones, su capacidad vocal o la habilidad de su pluma. Su argumento sería hasta pícaro si no estuviera embebido en la pretensión de estar ofreciendo una temática superadora con su propio repertorio.
Por caso, en estos días acaba de publicarse Boleros y canciones (en la voz de Poli y Prietto), que por similitud de repertorio podría ser calificado como el Romance de Luis Miguel en clave indie argentino. Propulsado por Natalia Politano, la notable compositora y cantante de Sr.Tomate, y Maxi Prietto, de Los Espíritus, tiene la carga eólica del enunciado romántico, la prosodia seductora que tienta al front-man de Don Osvaldo a ironizar.
Pero, mejor aún, es una obra hecha con amor: a la música, a los arreglos (pueden haber sido inspiradores los discos de Dylan cantando a Sinatra), a la distensión, a la camaradería (se dejan reflejar y participar Andrés Calamaro y Gustavo Santaolalla) y es feliz aún cuando entre clasicotes como Historia de un amor oPerfidia se cuelan composiciones propias de Poli como Témpanos lejanos y Cigarrillos.
En definitiva, volviendo al tema que nos convoca, es muy difícil querer decir “algo profundo” y que esa voluntad se concrete. De vez en cuando pasa, y sucede en el ahora rescatado álbum Alejandro Medina y La Pesada (1974). La canción, titulada justamente Algo muy profundo, una suite zeppeliniana de alto octanaje, rezuma el monólogo interior de un Medina que brega por encontrar claridad entre la violencia armada de época y sus propios estados alterados: “Para cambiar/ sangre por paz/ hay que amar mucho/ y comprender/ y no perder la cabeza”. Sí, eso: un montón de amor.
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