Tuvieron un hijo en Ucrania a través de la subrogación de vientre, nació en abril y no pueden ir a buscarlo
Tuvieron que pasar nueve años para que finalmente se les cumpliera el sueño de tener un hijo. Nueve años en los que hubieron 12 tratamientos de fertilidad, 6 embarazos que no prosperaron, técnicas de ahorro de todo tipo para soñar con encontrar el tratamiento que sí funcionara, intentos de adopción en el país y afuera del país. No se pudo. Pero el 29 de abril del 2020 eso cambió. Ese día Ignacio llegó al mundo… pero en Ucrania.
La manera en que Andrea Diez y Fernando Montero lograron tener un hijo fue a través de la subrogación de vientre en una clínica privada. “La subrogación se hace en Estados Unidos, Georgia, Canadá y Ucrania. Averiguamos lo que ofrecía cada destino y Ucrania nos pareció la mejor opción porque no solo era más accesible económicamente, sino que tienen un lema que es ‘Bebe Seguro’. Es decir, te aseguran la llegada de tu hijo sin importar cuántos intentos. En Estados Unidos no funciona así, allá no hay garantía y cuesta cerca de USD 150.000 (mientras que en Ucrania sale 60 mil Euros)”, explica Andrea, que a sus 45 años logró ser madre aunque en la más inesperada circunstancia.
“Más allá de todo, lo que nos terminó de convencer es que hablamos con muchas familias que nos dieron excelentes referencias de la clínica y del tratamiento. Una pareja que tenía a su hija Esmeralda de 1 año, nacida en esa clínica, nos abrió el camino y nos apoyó en todo el proceso. Conocimos gracias a ellos un grupo de no menos de 30 parejas que hoy tienen sus bebes, son felices y se reúnen anualmente. Nos dio una tranquilidad y una red de contención enorme, y nos animamos”, cuenta.
La clínica se llama BioTexCom y se define a sí misma como un “centro para la reproducción humana”. Está ubicada en Kiev y recibe pedidos desde todo el mundo. Cada padre y madre que se inscribe en el tratamiento debe viajar hasta allá para dejar material genético. Andrea y Fernando lo hicieron en abril del año pasado. Algunos meses después se enteraron de la buena noticia. Si todo salía bien, en abril del 2020 volverían a viajar para recibir a su hijo, al que llamarían Ignacio.
Pero de pronto la pandemia. Los vuelos al exterior se prohibieron y el pasaje de Andrea y Fernando se canceló. El embarazo obviamente siguió su curso y el 29 de abril a las 18:56 (12:56 de Argentina) Ignacio llegó a este extraño mundo. Pesó 2.240 kg y midió 48 centímetros. Su madre y su padre no pudieron estar ahí.
La primera vez que lo vieron fue por videollamada: apenas 10 minutos a través de una App que desarrolló especialmente la clínica. “La tristeza y angustia es enorme. No podemos estar con nuestro bebé en el periodo de apego, cuando más se conectan los lazos. Cada día que pasa es difícil desde lo emocional y desde lo económico (porque hay que pagar gastos de manutención y cuidado del bebé que no estaban contemplados)”, cuenta ella.
No son los únicos argentinos en esta situación. En este momento en la clínica hay 48 bebés de padres y madres de todo el mundo. De ellos, 3 son argentinos, contando a Ignacio. En rigor, serán argentinos una vez que puedan llegar sus padres e inicien el proceso de nacionalización. A la espera están también Manuel (nació el 30 de abril), y Octavio (también del 29 de abril).
Hay otras 14 parejas argentina que también tendrán bebés entre mayo y septiembre. En total, son 17 familias en la misma situación, y a eso se suman 4 matrimonios que ya están en Ucrania junto a sus bebés recién nacidos y no pueden regresar. En todos los casos se trata de matrimonios heterosexuales porque estar casados (y se hombre y mujer) son dos de los requisitos de la clínica para ofrecer el tratamiento. El tercero es presentar pruebas de la imposibilidad de un embarazo natural.
“La clínica no está preparada para albergar tantos niños, el proceso normal es que nacen, se encuentran con sus padres y regresan a sus hogares. No obstante, hacen todo lo posible. Hay bebés de China, Francia, España, Italia, Mexico, Argentina y muchos otros países”, explica Andrea, que está desesperada por viajar a Ucrania a buscar a Ignacio.
También hay una urgencia burocrática: el pago de la última cuota se realiza siempre estando allá y directamente a la gestante. Recién entonces cada mujer firma los papeles de renuncia de sus derechos de madre. Luego, se inicia el tramite que completa el proceso. Como no puede viajar, Andrea está buscando la manera de hacer una transferencia de esa última cuota, pero hasta que no lo haga, la gestante no firma los papeles (y por ley tampoco puede tener contacto con el bebé). Es decir, hoy por hoy Ignacio está en un limbo no solo emocional (desde su nacimiento no hubo una madre que lo tenga en brazos), sino también legal.
“¡Necesitamos viajar! Necesitamos que las autoridades incorporen el tema en agenda y le den el tratamiento que están aplicando a los repatriados. Los vuelos comerciales no estarán operativos hasta septiembre, la única forma es vía un vuelo humanitario (que busque personas a repatriar y nos pueda llevar). Y que las respectivas Cancillerías faciliten los accesos (debido a la restricción de las fronteras) considerándolo como excepción”, explica Andrea.
El día a día a distancia es difícil. Les envían fotos del bebé por whatsapp cada 48 horas, le reportan sobre la salud del niño y acá ellos hacen chequear esos reportes por pediatras locales. También, una vez por semana tienen 10 minutos de videollamada con el bebé. “Es un poco desesperante porque la conexión no es buena, y si no lograste conectar te perdés de ver al bebé”, explica Andrea.
¿Qué puede hacer el Estado? Dada la complejidad del caso, en primera instancia la Cancillería argentina debería ponerse en contacto con la ucraniana para que permitieran el ingreso de Andre y Fernando a Ucrania. Así mismo, se necesita que haya vuelos habilitados tanto hacia allá, como desde allá. Al ser 17 familias y haber muchos varados por la zona, se podría completar un avión. Aún así, la logística no parece sencilla.
Mientras tanto, cada familia debe pagar 25 euros por día por los gastos del cuidado de cada bebé. El peso económico existe, pero para Andrea la desesperación es emocional. Tuvieron que pasar nueve años para que pudiera, al fin, ser madre. No pensaba que la primera vez que vería a su hijo sería a través de una pantalla. En esa primera transmisión no pudo parar de llorar. No sabe cuándo será, pero aun le quedan lágrimas de emoción para cuando finalmente pueda tener a Ignacio entre sus brazos.
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