China, un día en la fábrica del mundo
Cómo se ensamblan y prueban computadoras en la tierra tech donde no funcionan Google, Facebook ni Twitter
Pekín- A menos de diez minutos de aterrizar, Pekín asoma debajo de un velo espeso de esmog. La polución en esta ciudad de 20 millones de habitantes es una de las más severas del mundo, con días en los que los valores de contaminación superan hasta en 26 veces los aceptables según la Organización Mundial de la Salud.
La capital china es una maqueta agitada de edificios amontonados que revela la inmensidad asiática. De concreto y vidriados, con líneas rectas o en formas de óvalo, las construcciones son verticales y altísimas en todas las direcciones hasta donde llega la vista. La alta tecnología se mezcla con breves departamentos humildes que conviven -sin contradicción aparente- en una misma manzana. El resto de la semana, como por arte de magia, los cielos estarán limpios. Por un encuentro de potencias económicas de Asia Pacífico, el gobierno ordenó cerrar fábricas y prohibió la circulación de buena parte de los vehículos para dar una buena imagen a los invitados. Como si se tratara de bajar un interruptor, el efecto es inmediato y el celeste gobierna el cielo pekinés durante mi estada.
Llegué a China para conocer cómo es el proceso de fabricación de computadoras en una planta de las cientas que existen en el país más poblado del mundo. Como primeriza en cuestiones orientales, todo se presenta nuevo, ajeno e impactante, no sólo la tecnología. Tres días alcanzan (¿alcanzan?) para absorber los contrastes que entrega este tierra milenaria donde se combina una muralla que recorre 5000 kilómetros con oficinistas que colman los subtes y hacen colas de una cuadra para comprar su desayuno al paso, donde se impone la opulencia de la Ciudad Prohibida y la aridez de la plaza de Tiananmén junto con la tarea sumisa y dedicada de millones de trabajadores que gritan ofertas y pelean precios desde negocios apilados en cada rincón de la ciudad.
CUNA DE INNOVACIÓN
A 50 minutos del centro está una de las seis plantas que Lenovo tiene en China. Las otras se encuentran en Shanghai, Huiyang, Chengdu y dos en Shenzen. Pero aquí, además, está el campus central de la compañía desde donde se dirige la operación en conjunto con la casa matriz en Carolina del Norte, en los Estados Unidos. Lenovo es, desde 2012, el principal fabricante de computadoras del mundo, escoltado por HP y Dell. Acaba de concluir la compra de Motorola por casi 3000 millones de dólares y, a la adquisición en 2005 de la división de PC de IBM, le agregó el año pasado una unidad de servidores de la big blue por otros 2300 millones, entre sus compras más resonantes. Estas movidas, como su ágil escalada al mercado internacional, más de 24.000 innovaciones patentadas, su joven marca protagonizando eventos deportivos globales y su rol cada vez más destacado en los mercados de smartphones y tablets le valieron ser nombrada por los analistas en tecnología como la primera gran multinacional nacida en China.
Con ese contexto, comienza mi visita al campus, que a primera vista no difiere en mucho a las casas centrales de las tecnológicas norteamericanas en Silicon Valley. Edificios de líneas simples, pasto extenso y prolijo, jóvenes empleados con una computadora en una mano y un café extra large en la otra. Leo Curtis es el consultor senior y embajador de la marca que recibe a todo aquel que llega a Pekín para conocer cómo se trabaja en Lenovo, y quien nos acompañará en el recorrido. Curtis es canadiense y hace más de 10 años que vive aquí junto con su esposa e hijas chinas. Habla de los fuertes contrastes culturales que fue asimilando y que le dieron una perspectiva nueva y opuesta a la que tenía antes de llegar a Oriente. "Vivir acá te da una perspectiva completamente distinta de todo. Como canadiense, siempre tuve la mirada americana de apuntar lo que los demás hacen mal en la otra punta del mundo y no en casa. Cuando ves su punto de vista realmente entendés muchas políticas que desde lejos parecen restrictivas. Todo se debe hacer de manera gradual porque son 1300 millones de personas. China tiene un plan y está funcionando", dice seguro.
Curtis pone en contexto la actualidad laboral. "En 2008, el 72 por ciento de la población era rural. Hoy se estima que sólo es el 42 por ciento y que el resto se está moviendo a las ciudades." Muchos jóvenes encuentran en el trabajo en las plantas su pasaporte urbano. Un racimo de edificios contiene a diseñadores, creativos, ingenieros, expertos comerciales. La producción completa de un producto puede llevar hasta 68 meses. "Demasiado para un mercado tan cambiante. Trabajamos con laboratorios de rápido despliegue para contar con demos o piezas modulares que respondan a esa exigencia en uno o dos meses", describe Curtis.
Luego de un repaso por la cultura corporativa y la historia camaleónica de Lenovo, ingresamos a los Laboratorios de Pruebas. A partir de ahora no están permitidas las fotos ni los videos. Avanzamos con escarpines antisépticos por pasillos blancos de pisos de goma azul brillante. Detrás de cada puerta, un equipo de trabajo somete a las computadoras -o a pedazos de ellas- al calor, el frío, el polvo, los golpes. Por ejemplo, en una de las habitaciones hay dos cajas grandes metálicas como hornos de panadería. Adentro hay computadoras que son llevadas desde los -10°C hasta los 50°C. Un monitor derretido yace sobre una mesada. En otra de las cajas se recrean situaciones de viento y polvo. Esto se hace no sólo con los equipos de la compañía, sino también con los de la competencia en busca de debilidades y fortalezas. Un empleado descansa con la cabeza sobre sus manos apoyadas en el escritorio. "Pueden dormir siestas de 45 minutos cuando así lo deseen. Sus trabajos tienen momentos en los que sólo hay que esperar un resultado, y descansar mientras tanto es una buena idea", dice Curtis.
Ahora es el turno de las pruebas de radiación y sonidos. En una habitación hermética, una antena redonda apunta contra una PC que protagoniza la escena en el medio del cuarto. La habitación tiene una ventana de vidrio, del otro lado un ingeniero mide los niveles de radiación que entran y salen de la PC. La siguiente es una habitación de sonido cero. Su construcción y acustización demandaron una inversión de 2 millones de dólares. Un paraguas de micrófonos envuelve una computadora. Paredes y piso están totalmente acustizados por paneles que se tragan todo el sonido. Al salir, las tres personas que oímos el silencio extremo estamos mareadas y con náuseas. "Esto pasa cuando el silencio es absoluto, nuestros cuerpos no están acostumbrados", nos tranquiliza el anfitrión.
Curtis toma una notebook desde el costado derecho delantero y la empieza a agitar. "Seguro que ustedes también toman así sus máquinas, ¿no?", pregunta. El siguiente laboratorio demuestra las variadas tensiones que sufren determinadas partes de los equipos según cómo la utilicen los usuarios en las distintas partes del mundo. "Analizar cómo se agarra un equipo nos dice qué piezas reciben mayor exigencia y así se decide, por ejemplo, cómo distribuir los componentes para evitar sobrecalentamiento y extender la vida útil", dice. Ya no puedo volver a tomar mi computadora sin pensar en esto. Hay decenas de pruebas más. Otra, divertida para ver es cómo tiran cajas desde varios metros de altura para ver qué tipo de golpes soportan las máquinas en viajes en barcos y aviones a través del mundo.
MURALLA DIGITAL
Aquí, en la tierra tech no funciona Google. Ni Facebook. Ni Twitter. Simplemente, los sitios no cargan y se quedan en un eterno intento que no se concreta. "El gobierno dice que Google nos espía y que no es seguro usarlo. Usamos Baidu.com, pero la mayoría de los contenidos son en chino y cuesta mucho encontrar buena información en otros idiomas", cuenta Charis Zhao, de 27 años, oriunda de Pekín, la guía que durante tres días traduce al inglés esta parte del mundo. "Pero, ¿se conforman con esa respuesta, no hay intentos de saltar la prohibición?", le pregunto sobre el Googlegate. Y claro que lo intentan. Pero la autocensura y el miedo a severas multas y a ser investigados domina. "Mis estudios universitarios de inglés fueron a través de libros impresos. No se encuentran casi contenidos en inglés en Internet", dice. Sin lógica aparente, sí funciona WhatsApp, que es mi hilo de comunicación con Occidente. Por momentos caen un puñado de mails a mi cuenta de Gmail, o no habían entrado por 24 horas. Desde Baidu.com (el Google chino) las búsquedas son ágiles si son sobre contenidos locales. Pero al pedir una página extranjera, por ejemplo la de Lanacion.com, entra lento y caprichosamente a algunas notas.
Luego de conocer las múltiples pruebas a las que son sometidos los equipos, viajamos por pocos minutos hacia lo que es la fábrica. Aprovecho el tiempo en la combi para hojear los diarios de los últimos días. El periódico China Daily tiene noticias relativas a la innovación y la tecnología en su portada toda la semana. Un arma láser que detecta y destruye drones fue probada con éxito. Un auto conceptual, muy parecido a una nave espacial, se lanza esta semana. Un nuevo robot ya coopera con los empleados con brazos con sensores que detectan el movimiento humano y los asiste en sus tareas. Esa nota cierra con este número: el uso de robots de avanzada puede contribuir en 4,5 trillones de dólares a la economía global.
Ya en la planta de ensamblaje nos disfrazamos con delantales y escarpines, y nos zambullimos por los pasillos de las líneas de montaje. La imagen me resulta familiar, pero hasta ahora había sido una reproducción en un televisor sobre un documental lejano. Ahora es real. Cientos de empleados parados uno al lado del otro en filas son la cadena humana que paso a paso, pieza a pieza, comienzan y terminan computadoras. Son muy jóvenes, promedian los 20 años, uniformados en celeste apenas levantan la cabeza al percibir nuestra intromisión, pero pronto siguen con su tarea que es, en todos los casos, muy específica. Un joven atornilla dos tornillos, siguiente. Otro coloca una cinta con cables de colores, siguiente. Una chica pega una etiqueta a una plaqueta madre y la mete en una caja, siguiente. El que sigue pone la carcasa metálica. Varios procesos más que terminan con una computadora completa dentro de una caja. Otras funciones que se hacen en el resto de las plantas son de limpieza de componentes, procesado de metal, pulido, inspección de pantallas, packaging, entre muchas otras. Una estantería, como de supermercado, muestra máquinas funcionando que son elegidas al azar al final del montaje para testear su funcionamiento.
Nuestro paso por la línea de montaje dura menos de cinco minutos, pero la tarea de cada empleado retumbará en mi cabeza por semanas. Consulto a la encargada del sector que hizo de guía sobre los horarios de trabajo, de descanso y sobre las acomodaciones de los empleados. Trabajan ocho horas, con períodos de descanso de 15 minutos por la mañana y por la tarde, además de su hora de almuerzo. Duermen en habitaciones que comparten de a seis, en un campus pegado a la fábrica, lo que perciben como un beneficio según explican desde la compañía por los costos y por las malas condiciones del transporte. Lucio Castro, director del Área de Desarrollo Económico de Cippec, especialista en el mercado chino, contextualiza el trabajo en las plantas. "El desarrollo económico del país y las diversas políticas de Estado han generado mayores posibilidades de educación y capacitación a la mano de obra que se está reflejando en mejores salarios. Las condiciones de vida son mejores en la urbe, aun en puestos llanos, que en el campo", dice. Las fábricas chinas han estado en las noticias occidentales con casos como el de Foxconn, la ensambladora de Apple, que contrata a más de un millón y medio de chinos, investigada por violaciones en las condiciones laborales. En ese contexto, desde Lenovo se desmarcan mostrando certificados de calidad de trabajo y al aclarar que tercerizan menos de la mitad de sus procesos por la ventaja comparativa que le da ser una compañía china.
Es el final del recorrido. A diferencia de la línea de montaje, aquí no hay presencia humana y son las máquinas las que trabajan. Es el depósito donde se distribuye todo el stock. Computadoras, televisores y periféricos colman pasillos interminables. Una estructura totalmente robotizada hace volar cajas entre pasillos angostos. Suben, bajan, se apilan. Alguien, desde otra habitación, da la orden a través de un software. Un bloque con 40 televisores que viajará a España se sube al brazo robótico y avanza vertiginosamente directo hacia mí. Frena a dos metros, desde donde contemplo su ciberdanza. Antes de llegar ralentiza sus movimientos y de manera delicada toca por fin el piso.
Fotos: EFE, AP y Marina Rua.
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