Guillermo Vilas, con LA NACIÓN: "Me hace bien ver que mi vida es cada vez más intensa e interesante"


A 40 años de su inolvidable conquista, apareció en el torneo junto con su esposa y el pequeño Guillermo, su heredero varón
LA NACION
MARTES 06 DE JUNIO DE 2017
Vilas, junto con su esposa y el pequeño Guillermo, de dos meses
Vilas, junto con su esposa y el pequeño Guillermo, de dos meses. Foto: Claudio Cerviño
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PARÍS.- Le brillaron especialmente los ojos y se le dibujó una sonrisa. "¿Hacemos una foto los tres, con Guillermito?". Su esposa, la tailandesa Phiangphathu Khumueang, le sacó el manto al pequeño de dos meses y se puso de pie. Guillermo Vilas se levanta, orgulloso. Es un día especial para él. Pasaron 40 años desde aquel domingo 5 de junio de 1977 en el que demolió al norteamericano Brian Gottfried por 6-0, 6-3 y 6-0, para conquistar el torneo que soñó desde chico cuando hacía frontón en el garaje de la casa familiar del barrio Caisamar, en Mar del Plata. Roland Garros lo extrañaba. "Llega el martes", nos habían dicho. "El año pasado arribó el jueves de la segunda semana", advirtió otra fuente. Estaba cerca: en Mónaco, su lugar de residencia desde hace unos meses. A unos 80 minutos de vuelo desde Niza. Llegaron el domingo por la noche y ya el lunes, aniversario del día que cambió para siempre la historia del tenis argentino, irrumpió en el gran escenario. Sin estridencias.
"¿Si hay un homenaje previsto? Ni idea. Que yo sepa.", responde. Se lo ve sereno. Tranquilo. "Lo que me pasó son cosas que te marcan la vida. Está bueno recordarlas. Es una manera de revivirlas." En esos tiempos sin Internet y escasa tecnología, el flash radial era lo único que unía a la Argentina con París, esperando ansiosamente la noticia. Era el torneo para el marplatense: triunfos demoledores, sólo un set perdido en seis partidos y toda la confianza para rubricar un objetivo. "Demolió Vilas", fue el grito. El relato le saca otra sonrisa al gladiador que se entrenaba hasta 8 horas por día, que no concebía desarrollar la actividad sin un profesionalismo extremo. A los 64 años, todo le parece que fue ayer.
"Jugué muy bien esa vez. Era mi sueño de siempre. No podía ser un buen jugador si primero no ganaba en la superficie en la que me formé. Fue una gran alegría, por más que en la cancha no lo haya festejado mucho ni me haya tirado en el piso", cuenta, distendido, en el Players Lounge. Llama la atención no verlo esta vez todo ataviado de negro, tal su costumbre. Sí eligió una camisa de ese color, pero acompañada por saco gris y jeans. Más gorra. Rememora algo de sus partidos, incluso contando cómo fueron los puntos de definición, y se frena de golpe. La luz invade su expresión y levanta el brazo para saludar a un viejo compañero de aventuras: Gastón Gaudio.
"Leí lo que dijo Ion Tiriac. Lo contó perfecto, me encantó. Es lo que yo hice toda mi vida. Habiendo sido mi coach, siempre lo recuerdo bien. Yo era así: trabajaba hasta que las cosas me salían como pretendía que fuesen. No hay secretos si querés llegar. Ganar Roland Garros era todo, pero también el principio de muchas cosas más. La historia empezó en el Masters de Melbourne, cuya final con Nastase recuerdo como si fuera hoy, un día de calor, y tres años después en París fue la coronación de un sueño", señala. ¿Qué dijo Tiriac? "Vilas fue un libro, el mejor jugador de todos los tiempos. Porque con un talento muy limitado, con un trabajo enorme, llegó a ganar Grand Slams, un Masters. Un gran jugador, una gran personalidad. Trabajaba 35 horas a la semana solamente por un golpe. Cuando ponía 10 veces seguidas la pelota en un lugar, ahí se daba por satisfecho. He tenido a todos, a Nastase, Vilas, Panatta, Safin, Becker, Leconte. Ninguno tenía la dedicación que tuvo Guillermo por el juego."
El primer intento de foto choca con la humorada de Phiangphathu. "Noooo, ahora no estoy arreglada", se excusa. Pero se afloja cuando se le dice que no hay mejor estado para la mujer que la maternidad. Posan orgullosos con el heredero varón, la ansiada búsqueda que se concretó para Vilas. El hermanito que esperaban también Andanin, Intila y Lalindao. Los acompaña Hugo, un amigo de siempre. Que estuvo también hace 40 años con él en París y participó del festejo en un restaurante-disco en la zona de Saint-Germain-des-Prés.
París es una ciudad que lleva en el corazón. Tiene un departamento sobre la Avenue Foch, a metros del Arco del Triunfo, donde vivió muchos años. Es muy respetado en Francia: no sólo ganó el Abierto en 1977, sino que jugó otras tres finales (1975, 1978 y 1982). ¿Qué es París para él? "Mi madre (Maruxa, estaba casada con el escribano Roque Vilas) era loca de la cantante Edith Piaf. A papá le gustaba también, pero no lo entendía porque era un idioma distinto para nosotros. Me enganché con esa parte francesa porque a mis padres les gustaban las canciones de Charles Aznavour. Teníamos una relación especial con Francia. Por eso fue muy lindo ganar acá. Lo que ansiaba era la copa. El camino para lograrlo es una angustia tan difícil de entender."
Vuelve a hablar de Tiriac, el coach que cambió su vida. Como dijo el propio Vilas hace unos días, era consciente de que tenía un techo como jugador y que por eso recurrió al rumano: para pasar esa barrera. "Ion entendió lo que yo quería: traspasar un límite. Él siempre dice cosas que la gente puede tomar a mal, como que era limitado técnicamente o que trabajaba como un animal para equiparar lo que me faltaba, pero es así. Lo único que yo quería era ver al rival perdido."
-Tenés cuatro hijos. Todos son especiales. Pero te pregunto por Guillermito. Fue muy buscado. Y llegó. ¿Cómo te sentís con el heredero?
-Es verdad. Eso sí era una cosa que yo ansiaba. Por eso siento la alegría que tengo hoy. Estoy muy contento.
-Cuando recordás aquellos días de frontón en el garaje de Caisamar y ves todo lo que lograste y el lugar que ocupás en la historia del deporte argentino, ¿qué te pasa?
-Siempre quise hacer cosas y que me salieran bien. Era, y lo sigo siendo, autoexigente. Tiriac se dio cuenta de cuánto esfuerzo había puesto en mi carrera. Por eso estoy contento, me siento bien conmigo. Y para Tiriac también fue algo especial estar conmigo porque le permitió dirigir después a muchos grandes jugadores. Fue una buena sociedad.
-¿Te falta algo en la vida?
-A ver, yo la vida la vivo. Si encuentro cosas que me parecen buenas, yo me pego. Los jugadores de tenis se dan cuenta de que yo siempre estoy caminando. Es que prefiero caminar en vez de estar durmiendo. Cuando encuentro algo, me engancho. Me hace bien ver que mi vida es cada vez más intensa e interesante. Espero que a la gente también le guste lo que ve de mí.
Hace unas semanas, en Montecarlo, se lo vio con sus tres hijas siguiendo el Masters 1000. Ahora disfruta de un aniversario perenne. Vilas sonríe. Mira con asombro a algunas "torres" que pasan cerca de la mesa, en este tenis de jugadores de dos metros. Por la noche vendrá otra cena. No es un cumpleaños específicamente, pero sí un hito que vale un brindis cada 5 de junio.
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