Rescatistas sociales: los que ayudan a sobrevivir a una tragedia
Encuentro, catarsis, verbalización, proyecto. Ese es el protocolo de Emergencias Psicosociales, el grupo de rescatistas emocionales fundado por Carlos Sica que trabaja con sobrevivientes y familiares de las víctimas de accidentes fatales durante el momento de la tragedia.
MIÉRCOLES 13 DE SEPTIEMBRE DE 2017 • 16:09
Carolina Keve
PARA LA NACION
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El 30 de octubre de 2014 hizo frío. Hizo frío y María Eva pudo dormir. Es lo primero que recuerda Carlos. El río Luján se había tragado la ciudad como tantas veces, y su hijo Nahuel no aparecía. Estaba jugando con su hermano cuando se lo llevó la corriente. Por eso María Eva no podía sacar la vista de la gran mancha marrón. Había pasado más de un día, pero no podía dormir. Necesitaba mantener la mirada clavada sobre el agua, esperando. Fue entonces cuando Carlos acercó su camioneta, la estacionó sobre un terraplén, a la vera del río, y la invitó a subir. María Eva, rodeada por su inquebrantable silencio, lo miró y aceptó.
-Hablamos unas pocas palabras y se durmió. Me acuerdo de eso, de cómo en una noche tan fría, al borde de ese brazo del río, esa mamá que no quería abandonar ni un minuto el estar ahí, a la espera de que encontraran el cuerpo, pudo dormitar aunque sea un rato.
Carlos Sica se apoya sobre el escritorio de una amplia habitación, demasiado ordenada para ser solo un departamento, pero bastante deshabitada para ser una escuela. Los únicos que parecen dar testimonio de eso son unos legajos dispuestos sobre un enorme mueble de madera oscura, lleno de objetos en los que pueden leerse tres iniciales: EPS. Porque en ese primer piso de avenida Corrientes, además de un instituto de Psicología Social, funciona el EPS. Así lo llama Carlos, aunque el nombre completo sea Emergencias Psicosociales, una suerte de grupo de rescatistas emocionales que trabajan con sobrevivientes y familiares o personas cercanas a las víctimas de accidentes fatales durante el momento de la tragedia. Y la aclaración es importante. El EPS está cuando los gritos aturden y la adrenalina de lo inesperado aún no deja ver con mucha claridad. Nunca después. Como dice Carlos, trabajan con la "angustia de esas horas, de las que nadie se ocupó durante mucho tiempo". Y lo afirma con total seguridad. Fueron los primeros. Eran comienzos de los 90 cuando él y otros compañeros de la Asociación de Psicólogos Sociales de la República Argentina tuvieron la idea. Entonces se encargaron de buscar si ya existía alguna experiencia de este tipo en el mundo y empezaron a armar el proyecto. Justamente en eso estaban cuando el país sintió el temblor del atentado más grande de su historia. Carlos se enteró por un llamado. La mañana del lunes 18 de julio de 1994 estaba manejando cuando le avisaron por teléfono: "Parece que hubo una explosión muy fuerte en Once". Dobló y se fue a la calle Pasteur. Hoy dice que en ese momento ya temía lo peor, pero que aquel agujero y la montaña de hormigón no lo amedrentaron. Sí recuerda la espera. Pasaron muchas horas hasta que las autoridades de la Amia los dejaron actuar.
-Hacia las seis, todos los familiares empezaron a reunirse en un centro cultural que estaba a unas cuadras, en Ayacucho al 600. Era un lugar con un hall enorme y en el subsuelo un hermoso teatro, lleno de familias. Familias en grupo, llorando, hablando.Y me acuerdo de que empezamos a caminar entre esos grupos. Y nos costó, porque no es fácil. Uno solo se puede acercar si nota la aceptación del otro, y ellos estaban muy metidos en su dolor.
Desde aquella tarde pasaron 23 años, y Carlos Sica y su equipo atravesaron todo tipo de experiencias. Cromañón, la tragedia de Once y las inundaciones de Santa Fe engrosan una lista tan variada como traumática. Carlos asegura, sin embargo, que no tiene pesadillas. Lo aclara con una calma monocorde, en un relato que hila el dolor con definiciones aprendidas a fuerza de improvisación y los axiomas de un humilde protocolo que Sica repite como si fuera una Biblia. Encuentro, catarsis, verbalización, proyecto. Encuentro, catarsis, verbalización, proyecto. La cosa parece más o menos fácil, una promesa de orden en medio de un caos que Sica explica como una coreografía ya familiar. Aunque, reconoce, nunca se sepa el desenlace. Pero de eso se trata en realidad su trabajo. Dar fe y un poco de certidumbre a los que se salvan, a aquellos que los medios siempre llaman milagro, pero que, muchas veces, están comenzando a transitar un verdadero infierno.
Para la real academia española, una catástrofe es un suceso que produce una gran destrucción. Y da una segunda definición: "Un cambio brusco provocado por una mínima alteración". En otras palabras, algo pequeño con una enorme capacidad de daño. La ecuación parece entonces más o menos sencilla. No son desastres que se puedan evitar porque está en su naturaleza producirse de manera inesperada. De lo que se trata es de reducir sus posibles consecuencias.
Durante los últimos cinco años en Argentina murieron más de 140 personas por tragedias sociales o catástrofes naturales. Solo durante el mes de junio, por la crecida de los ríos en el Litoral, unas 4.000 personas tuvieron que abandonar sus casas. Según un informe publicado por el Banco Mundial en 2016, las inundaciones son, de hecho, el mayor desastre que amenaza actualmente a nuestro país. Representan el 60% de los accidentes naturales y el 95% de los daños económicos producidos por este tipo de causas.
Desde el Estado, sin embargo, el organismo creado para hacer frente a estas situaciones prácticamente no funciona. Ideado en 1998 por el gobierno de Carlos Menem con una Santa Fe bajo el agua, el Sistema Federal de Emergencias tenía como objetivo centralizar las respuestas frente a situaciones de emergencia y desastres climáticos. Desde entonces, cambió de lugar en el organigrama del Ejecutivo más de 10 veces. Y la mayoría de las dependencias que involucra (según su decreto de origen compromete a aproximadamente 50 áreas del Estado) ya dejaron de existir o cambiaron de nombre. En diciembre de 2015, la situación parecía que iba a cambiar cuando, a solo dos semanas de haber asumido, el gobierno de Mauricio Macri lo relanzó y puso al frente a un coronel retirado. Sin embargo, se continúa sin dar precisiones sobre cómo funciona o los recursos con los que cuenta actualmente.
La pregunta entonces queda rebotando: ¿está nuestro país preparado para una catástrofe? "Muchas de las obras de infraestructura se han hecho para escalas locales. Lo que significa, por ejemplo, en una inundación, sacarse el agua de encima lo más pronto posible echándosela al de al lado". Margarita Gascón es doctora en Historia, pero por algún extraño motivo -tal vez por sus orígenes sísmicos, es de Mendoza- se especializó en Ambiente y Desastres Naturales. Resume la situación con sencillez pragmática. La pregunta, sin embargo, sigue abierta. ¿Estamos preparados? "Podemos decir que hay preparación, por ejemplo, para inundaciones siempre y cuando la escala sea reducida. Cuando se está ante un fenómeno como hoy sucede con un «mega-El Niño», que se suma a otra oscilación climática llamada Madden-Julian, la acumulación de precipitaciones, inundaciones y deslizamientos de tierra tienen una escala que supera ampliamente las preparaciones". El pronóstico, ciertamente, no es alentador.
La ciudad de la plata es un cuadrado. Así la pensó Pedro Benoit, el ingeniero que la dibujó, y así se la ve hoy en el mapa. Un esqueleto de rectas y diagonales que trazan de manera simétrica un enorme parche, donde resulta muy difícil perderse si uno sabe restar y sumar. Porque, además de ser una forma casi perfecta, las calles de La Plata llevan números. Y el 2 de abril de 2013, la esquina de la 95 y la 127 quedó casi un metro bajo el agua. El juez Luis Arias, encargado de investigar lo que sucedió en la ciudad ese día, dictaminó que la inundación dejó en total 89 muertos. Pero al menos dos de ellos no murieron ese martes.
Clara Venecia García falleció casi tres meses después, el 24 de junio. Se quitó la vida con una soga. Según relataron su madre y su hermana, había perdido una niña hacía dos años y el agua se llevó lo que le había quedado de ella. La lluvia tampoco fue indulgente con Osvaldo Scafati. Nadie sabe muy bien en qué momento se puso un revólver en la cabeza, porque vivía solo. Sus vecinos aseguran que había perdido todo. Lo encontraron 20 días después del temporal. Estaba recostado, tapado con una colcha. La cama seguía húmeda.
"En el caso de las inundaciones no es lo disruptivo lo que trauma, sino lo incontrolable. La sensación de que el agua avanza, y por más que lo sabés, no hay modo de evitarlo", explica Claudia Vigil, psicóloga y especialista en psicotrauma. "Nuestra identidad es nuestro cuerpo y es nuestra casa. Nuestros muebles, nuestras cosas. Cuando se pierden, lo vivimos como verdaderas mutilaciones. Y lo peor es que muchas veces eso de afuera no se ve, no se percibe ese sufrimiento".
Como integrante del equipo de Estrés Traumático del Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato de Alvear, Vigil ha visto y ha lidiado con todo tipo de pérdidas, pero sin duda lo que más la marcó fue Cromañón. El equipo se transformó en uno de los espacios de contención destinado a sobrevivientes y familiares de la tragedia. Según cuenta, por él pasaron unas 1.000 personas. "Siempre me pregunto: ¿qué sensación de indemnidad habrán sentido esos 4.000 chicos cuando, de pronto, en medio del fuego y la oscuridad pasaron a ser 4.000 cuerpos encerrados en una caja de humo tóxico, desesperados por salir? Me acuerdo de un sobreviviente, que tiempo después soñaba con una cancha de golf. Él estaba en la cancha y afuera se estaba incendiando. Hasta que un día soñó que miraba la luna y comenzaba a llover.".
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