El fin de una vida intensa, borrascosa y arrolladora
Varias huellas explican el aparente suicidio de Chester Bennington, cantante de Linkin Park
Hace 22 Hs
Un pie al borde del escenario, el cuerpo arqueado, como un velocista a punto de correr los 100 metros, el micrófono en un ángulo perfecto con el grito. Potente, por momentos imponente, así lucía Chester Bennington en acción. Esa intensidad que electrizaba los shows hasta conectarlo con la esencia del rock and roll caracterizó cada episodio de sus 41 años. Le pasaron tantas cosas, muchas en extremo dolorosas, que la decisión de acabar con su vida puede sonar tan trágica como previsible.
El último golpe había sido el suicidio de Chris Cornell, a quien quería y admiraba en idénticas proporciones. Para Bennington resultó un mazazo esa pérdida, veneno para una psique cruzada por el abuso infantil -confesado en más de una ocasión- y por adicciones de distintos colores.
Fanático de los deportes -en especial de los Suns, el equipo de la NBA de Phoenix, su ciudad-, coleccionista de tatuajes, padre de seis hijos (su segunda esposa fue modelo de Playboy), Bennington deja un vacío al frente de Linkin Park, su lugar en el mundo.
La banda encontró su identidad desde el contrapunto de voces. A la delicada cadencia melódica de Mike Shinoda, Bennington le opuso la crudeza con la que descerrajaba estribillos conmovedores. La guitarra de Brad Delson, las bases de Joe Hahn y los arreglos de Shinoda contruyeron el sonido de Linkin Park, pero el corazón del grupo latió al compás de su frontman. Difícil espiar el futuro de un grupo que editó este año su séptimo disco, “One more light”, convertido desde ayer en la obra póstuma de su vocalista.
Fue un día triste, más allá del ámbito del rock. La muerte de un artista jamás genera indiferencia y mucho menos en el caso de alguien que fue capaz de movilizar a una generación.
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