Paloma Herrera: el vuelo del final
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Danza.
El sábado, en el Colón, se despidió de su público con una puesta de “Romeo y Julieta” y una gala de máxima emotividad. Toda la intimidad.
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“Esta carrera es mi vida, mi pasión, mi burbuja, mi amor...”, escribió Paloma Herrera en su sitio oficial el año pasado, cuando anunció su retiro. La burbuja explotó. La bailarina se despidió de la danza el sábado, con sus últimos pasos sobre el escenario del Teatro Colón en el rol de Julieta: eligió Romeo y Julieta -con música de Serguei Prokofiev y coreografía de Maximiliano Guerra-, obra que bailó junto al español Gonzalo García. Posiblemente habrán pasado por su cabeza miles de imágenes, desde sus comienzos con las zapatillas de punta hasta su inmensa carrera en el American Ballet Theatre de Nueva York, donde debutó a los 15 años y donde cosechó los mayores elogios como figura internacional a lo largo de 24 años como primera bailarina.
Anteayer hubo talento en escena, emoción y algo de farándula mezclada entre cámaras y habitué de las galas de ballet. Y, sobre todo, un antes y un después en la vida de Herrera. En la platea esperaban ansiosas a su ídola unas cuantas nenas peinadas con el rodete de bailarina, ilusionadas con ser futuras Palomas. En los palcos, Valeria Bertuccelli y Vicentico compartían charla con el director del Teatro Colón, Darío Lopérfido y su mujer, la actriz Esmeralda Mitre.
Afuera, a unos metros de la ebullición de una gala especial, sobre la Plaza Vaticano, un centenar de personas presenció el espectáculo desde una pantalla gigante (ver En vivo, a cielo abierto). En los dos intervalos, el público aprovechó para tomar café en el hall del Salón Dorado y para sacar fotos y sacarse selfies: de las lámparas, del techo restaurado, de los músicos en el foso, de sí mismos.
Durante la función flotaba la sensación inevitable de la despedida. Aunque Paloma hará una gira por algunas ciudades del interior el mes que viene, saber que el espacio que la vio nacer y formarse como bailarina ya no la tendrá más profesionalmente marcó la sensibilidad de la noche. Y el adiós.
En el final de la obra, acentuado por la tragedia de la muerte de los amantes de Verona imaginada por William Shakespeare, la emotividad llegó a su punto mayor. El saludo final de Paloma en el escenario se coronó con una lluvia de pétalos y dos ramos enormes de flores. Ella separó una rosa de uno de ellos para obsequiársela a su partenaire. El, como caballero, le agradeció de rodillas.
De pronto, una pareja con discreción y elegancia asomó por uno de los costados del escenario. Alberto y Marisa, los padres de Paloma estaban ahí para saludar a su hija. Ella les hizo una reverencia y después los abrazó.
Los aplausos y la ovación duraron diez minutos.
Paloma agradeció con la mano en el corazón y tirando besos a todos los rincones de la sala llena. Sola, con Gonzalo García, con el elenco, con el telón abierto, con el telón cerrado, varias veces se asomó para agradecer los “bravo” de los espectadores. Después, detrás del escenario, la esperaban los saludos efusivos de los bailarines del elenco, a quienes abrazó uno por uno. Y los besos de su novio, el médico Matías Elicagaray.
Ya terminada la función, un cóctel en el primer piso reunió a familiares, amigos y periodistas. “Siento mucho orgullo, es un momento muy emotivo. Ella nos pidió a su mamá y a mí que nos quedáramos detrás del escenario así que vimos parte de la función en el back, acompañándola de cerca”, contó su padre, mientras esperaba la salida de Paloma del camarín. Como protagonista de la noche, Paloma apareció un rato después, con un vestido de tul blanco, casi de novia, del brazo de Matías y sonriendo. Cansada, pero feliz.
“No puedo pedir más. Me despedí en mayo, en el Metropolitan de Nueva York, del American Ballet Theatre. Y ahora acá, en el Colón, mis dos casas”, dijo Paloma rodeada de abrazos y felicitaciones. “Me encanta sentir el calor de la gente y hoy estuve acompañada por ese cariño. Estoy feliz”, se sinceró, conmovida.
“No puedo pedir más. Me despedí en mayo, en el Metropolitan de Nueva York, del American Ballet Theatre. Y ahora acá, en el Colón, mis dos casas”, dijo Paloma rodeada de abrazos y felicitaciones. “Me encanta sentir el calor de la gente y hoy estuve acompañada por ese cariño. Estoy feliz”, se sinceró, conmovida.
La emotividad que se vivió el sábado en el Colón tuvo que ver no sólo en el arte exhibido en el escenario (además, con la historia de amor por antonomasia), sino con esa idea que queda flotando en el aire de que un sueño se terminó. Sueño que comenzó antes de que Paloma, hace más de tres décadas, cuando era una nena, se probaba tutús y zapatillas de punta. Este año cumplirá los 40.
“Nunca, ni en el sueño más increíble, hubiese imaginado que pudiera vivir esta vida. Esta carrera maravillosa es muchísimo más de lo que pude haber imaginado...”, le contó al público en esa carta abierta. “También siempre supe que quería retirarme joven, exactamente con la misma pasión, ganas y energía que tenía a los 7 años, cuando empecé. Quiero dedicarle tiempo a otras cosas, a mi familia, mis afectos, descansar, dar clases y, además, darle espacio al desarrollo de mi línea de ropa que tengo en mente hace tiempo”, había dicho en una entrevista.
En la noche del sábado, Paloma Herrera dio vuelta una nueva página de su vida artística. “Cuando yo voy a ver un espectáculo siempre salgo enriquecida por la emoción que recibo. Y yo pretendo brindar eso”, dijo después de la función. “Si puedo llegar a alguien con lo que hago y transmitirle emoción, estoy hecha”. Misión cumplida.
Un recorrido por sus mejores roles
Si alguien hiciera una lista de los roles que Paloma Herrera interpretó en su carrera se quedaría pasmado: desde el pequeño Cupido que encarnó en un Don Quijote en el Colón a los 11 años, hasta su último rol como Julieta, ayer, en el mismo escenario, Paloma se ha internado en innumerables personajes, estilos y universos musicales. Su carrera se inició tempranamente en el American Ballet Theatre: a los 15 ingresó al cuerpo de baile, a los 17 fue promovida a solista y a los 19 a “principal dancer”, el equivalente en inglés de lo que para nosotros es primera bailarina y el rango más alto en una compañía de ballet. Ciertamente, hay nueve primeras bailarinas en el American Ballet Theatre (y ocho primeros bailarines, entre ellos Herman Cornejo, también argentino) y podría parecer difícil lograr distribuir equitativamente entre tantas bailarinas los lugares protagónicos. Pero el ABT tiene un repertorio inmenso y hace una enorme cantidad de funciones anuales; cabe pensar que todas las estrellas se han sentido, al menos durante largo tiempo, –porque ahora las cosas cambiaron gracias a la política de “stars” invitados- parejamente felices.
Es muy poco lo que pudo apreciarse en Buenos Aires de esa Paloma abierta a una estética contemporánea como sí lo hizo en el ABT, donde bailó obras de Jerome Robbins, de Jiri Kylian, de Twyla Tharp, de Nacho Duato, entre otros creadores del siglo XX. Aquí se la vio sobre todo en roles académicos: Giselle, Raymonda, la Medora de El corsario o la Kitri de Don Quijote. Fue precisamente esta Kitri, que Paloma bailó en el Colón en 1998, en la gran versión de Zarko Prebil, la que vuelve más rápidamente a la memoria. Un rol para ella: fresco, exultante, vivaz y con una técnica superlativa.
Laura Falcoff
En vivo, a cielo abierto
Una pequeña y prolija “multitud” de cien personas desafió el frío del sábado a la noche y, bajo la luna creciente, disfrutó de la puesta de “Romeo y Julieta” que marcó el final de la carrera de Paloma Herrera. Gracias a una pantalla gigante instalada en la Plaza Vaticano (junto al edificio del Colón), el público fue testigo del adiós, sin el glamour de la sala, pero con la misma emoción.
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