Premio Cervantes 2017
Abrazar dos oficios contradictorios
¿Qué quiere decir hoy “compromiso” para Sergio Ramírez, un escritor que protagonizó la revolución que derrocó a Somoza y ejerció la vicepresidencia de Nicaragua? Aquí, sus definiciones, un análisis de su escritura y el anticipo de su nuevo policial.
Cervantes. Según Ramírez, el autor del Quijote es “el gran novelista posmoderno. El inventó todo, sobre todo el uso de tiempo y espacio. Todos somos cervantinos, no sólo en español”. AFP PHOTO / Inti OconEl autor de Don Quijote tuvo su batalla de Lepanto y sus viajes por el extranjero; Sergio Ramírez luchó contra la dictadura de Somoza en Nicaragua y pasó largas estadías fuera de su país. Lector frecuente de Cervantes, “que lo inventó todo”, Ramírez obtuvo hace unos días el premio que lleva su nombre, y siente que ha sellado una amistad de años (de años que atraviesan el tiempo). Es el último de una extensa serie de distinciones que recibió el autor de, entre otros, Castigo divino, Margarita, está linda la mar, Mil y una muertes, y la reciente novela Ya nadie llora por mí. Estos reconocimientos lo han estimulado más que paralizado, para no caer, como ha escrito, al modo de “un león sometido a un régimen vegetariano”.
Ramírez aprovecha el llamado desde Buenos Aires para recordar una infancia pautada por la llegada de revistas argentinas como Patoruzito y Billiken, en la que idolatraba al Capitán Marvel. Páginas que aterrizaban con una bandera como la nicaragüense “pero de un azul más pálido”, que lo hacía sentirse en casa, y que preparaba calladamente al escritor que sería.
–Todos los escritores sienten un premio, sobre todo de esta envergadura, como un halago, pero a veces algunos sienten cierta incomodidad. ¿En qué aspectos se siente halagado en esta ocasión y en qué aspectos se siente incómodo?
–Halagado, evidentemente, por semejante premio, el más importante de la lengua castellana. No hay otra cosa que sentirse halagado. La incomodidad es momentánea, porque me saca de mi rutina, de mi trabajo. Me debo dedicar al premio como a un oficio temporario. Tampoco es que esa incomodidad sea infeliz. Hay escritores que se cansan de las entrevistas, pero yo disfruto conversando de literatura. Aunque he recibido varios no soy un cazador de premios. Si uno se vuelve un cazador de premios se deforma el oficio literario.
–Un premio es evidentemente una satisfacción pública. ¿Cuáles han sido las satisfacciones menos públicas, más íntimas, que le ha ido procurando la literatura?
–La literatura es una satisfacción en cada libro que uno publica. Cada vez que recibo de parte de la editorial el libro que nunca antes he visto, es un ritual sensual ver cómo está cosido, las portadillas, el tipo de letra, es como si uno estuviera en la sala de parto recibiendo a un nuevo hijo.
–Pero con respecto a la escritura en sí, ¿cuándo es que lo hace sentir en plenitud?
–Cuando tengo una buena mañana de escritura, me gusta mucho jugar con el humor y si me río yo mismo de lo que estoy escribiendo se da como un momento de gracia. Claro, eso no es todo, porque al día siguiente tengo que volver a una página que me había parecido maravillosa y ahora me parece un espanto y me pregunto cómo pude escribir esto. Y para corregir a fondo hay que tener mucho valor. Kafka decía que el arte de corregir es el arte de suprimir. A veces hay que tachar capítulos enteros, pero si uno no tiene un rescoldo de rigor, de allí salen los malos libros.
–¿Se puede decir que la literatura ha sido su costado privado y la política su cara pública?
–La política fue para mí la vida pública. Pero fue. Y fue una vida pública en un momento muy difícil en la historia de Nicaragua. Pasé por esos momentos complicados y me dejaron marcas profundas, como lo conté en Adiós muchachos. Pero entré a la literatura y salí de ella como escritor. No me metí en política por un cargo; se trataba nada más y nada menos que de una revolución para derrocar una dictadura. De lo contrario, jamás se me hubiera ocurrido enfrentar mi carrera de escritor con la política, porque es un desgaste que puede terminar con una carrera literaria.
–Se trató más bien de períodos en los que fue alternando política y literatura, ¿o se dieron en simultáneo?
–Me vi forzado a que convivieran. Pero cuando fui candidato a la vicepresidencia en 1985 ya llevaba diez años sin escribir ficción. Y veía que sería un desastre estar seis años más sin escribir. Y ahí lo que hice fue empezar a escribir de madrugada. y así terminé la novela Castigo divino. Creo que la literatura se prueba en la peor de las adversidades. Y es uno de los oficios más contradictorios que pueda haber; el único más contradictorio es el de la política. Y ejerce una imposibilidad más delicada: cuando uno ejerce el poder no puede escribir novelas. Se vería obligado a defender las posiciones de su gobierno. Por eso me alejé lo más posible del tema de la revolución y me puse a escribir la historia de un envenenador serial.
–¿La figura del escritor comprometido sigue siendo válida para usted?
–La palabra compromiso ha pasado por muy distintas etapas. Compromiso quiere decir izquierda; a los escritores de derecha nunca se les dijo escritores comprometidos. Siento que heredé esta pasión por el compromiso de un linaje, vamos a ponerlo así, que se remonta a Voltaire. Es decir, soy escritor por un lado y ciudadano por otro. Hay escritores que pueden quedarse en silencio frente al mundo que los rodea y son buenos escritores. No es un requisito. A mí me ofendería quedarme en silencio, pero hay que tener cuidado de no mezclar la ideología de manera deliberada porque eso arruina el oficio literario. La novela es un campo de libertad. Los personajes piensan de distinta manera, y actúan de distinta manera. Eso es lo que vi cuando leí de adolescente La madre de Máximo Gorki, una novela de una sola posición. Y una novela tiene que asumir distintos puntos de vista.
–¿Y por qué cree que ha ido perdiendo presencia o prestigio el escritor público, que en los años 60 y 70 se posicionaba de otro modo?
–Al principio del siglo XX, algunos escritores metían su ideología dentro de la novela, de una manera completamente deliberada, como lo hizo Ciro Alegría en El mundo es ancho y ajeno. Eran alegatos, discursos políticos. Cuando viene el boom latinoamericano, en Rayuela Cortázar muestra la anarquía del escritor que quiere volar con absoluta libertad y ahí no hay ninguna posición política. Su política estaba en su convicción de defender la Revolución cubana, que fue el gran parteaguas del siglo XX. Y Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez estaban comprometidos con esa revolución. Luego el caso Padilla fue otro parteaguas, porque surgió la represión contra los intelectuales, contra los homosexuales y las minorías en Cuba. Después de la caída del Muro de Berlín ya no hay grandes causas. La última gran causa de los intelectuales de Latinoamérica fue la Revolución sandinista, porque presentó un panorama nuevo, fresco, que no entraba en los moldes cerrados de las revoluciones cerradas. Los últimos escritores comprometidos que recuerdo fueron Saramago, Fuentes y Vargas Llosa, que no tiene pelos en la lengua.
–Hablando de Cuba, me pregunto si su posición frente a ella se fue modificando con el tiempo, si con los años notó alguna ceguera en los intelectuales que apoyaron la Revolución.
–En el año 59 y en los años 60 no estar con Cuba era de mal gusto. Después, como dije, vino el parteaguas del caso Padilla y hubo enfrentamientos entre escritores. Está claro que la Revolución cubana es un fenómeno que se desgastó en el tiempo. Es imposible que un fenómeno que duró más de medio siglo no se desgaste, que no se le vean las costuras burocráticas a ese proceso y sobrevenga el desaliento. Si buscamos un fenómeno en el siglo XXI, la Revolución bolivariana de Chávez no concita el apoyo de los intelectuales. Lo que hubo y hay es una cautela. La entrevista que García Márquez le hace a Chávez, muy al comienzo, era una entrevista cautelosa, y termina preguntándose si será un líder revolucionario o un tirano más.
–¿Cómo le resultó el viraje de Vargas Llosa, de la izquierda a la derecha?
–Me hizo pensar en el caso de Octavio Paz, que cuando tempranamente alertó sobre ciertas cosas en la Unión Soviética mucha gente decía que era un reaccionario, pero después de que cae el Muro de Berlín y de que cae la URSS todo el mundo empieza a reconocer la barbarie de los campos de concentración y la represión estalinista, que es algo que antes la izquierda escondía. Lo cierto es que hoy el verdadero enfrentamiento es entre autoritarismo y democracia, más allá de los colores ideológicos.
–¿Con qué escritores del continente se ha sentido más afín?
–Yo vengo de mis lecturas de Borges, de Don Segundo Sombra, Cortázar, Rulfo, Horacio Quiroga.
–¿Pero a quién siente que le debe más su castellano?
–A mi infancia. Nací en Masatepe, un pequeño pueblo cafetalero, un pueblo de ladinos e indígenas, donde los campesinos hablaban como en el Siglo de Oro español. Le debo mi castellano a su encanto arcaico y a esa musicalidad aparte. Ellos fueron abriendo mis oídos a una música que todavía reconozco.
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