Tirarse hasta con los libros: ¿qué hacer con la biblioteca en un divorcio?

Mejor prevenir


Quién los trajo, a quién le importan, cuándo sirven para una pequeña venganza. Aquí, seis historias de lectores que tuvieron que serruchar estanterías.

No se salva nada. Los libros también caen en las separaciones. / Marcelo CarrollUna los tiene sellados: nunca se divorció, por ahora, pero por si acaso.
Otras decidieron no juntar los libros: antes de casarse, cada una había tenido alguna separación, carga sus rencores, y lo de "hasta que la muerte los separe" no se puede garantizar. Así que tus estantes y mis estantes, aunque haya libros duplicados.
Otro caso: cuando el nene terminó el secundario recién se decidieron a juntar estas novelas con aquellas novelas. ¿Los repetidos? Los regalan uno a uno, como una ceremonia. Los amigos piensan que anotan a quién, por si hay que pedirlos de vuelta alguna vez.
Uno más: vos un estante y yo el siguiente, y caiga quien caiga. El desarmado se hizo con los dos a cara de perro, no sea cuestión de que algún ejemplarcito se deslizara.
Por el aire. Todo vuela en un divorcio. / Luciano Thieberger
Por el aire. Todo vuela en un divorcio. / Luciano Thieberger
Hay mil modelos. Incluso, mire, el pacífico: cada quien lo que le gusta más y se sortean los puntos en común. O se los cede, que también se puede.
Las separaciones suelen venir con disputas en relación a la división de bienes, al régimen de visitas de los hijos y a tantas cosas. ¿Quién no resiente el agujero que ha dejado algún autor que su ex amó demasiado? ¿Quién no creía que ya era suya aquella trilogía escandinava, aunque se la hubieran regalado al otro porque los libros deben ser del que los lee?
En fin que, cuando el amor pasó y ¿Se divide por autores? ¿Por países? ¿Por género? Los tuyos…los míos... ¿y qué hacemos con los nuestros?
A veces esas disputas hablan, sobre todo, del dolor de ya nos ser. Parejas que se disgregan como un árbol que se seca y los libros que caen de un lado u otro del patio. Aquí, una serie de reconocidos autores y editores se animan a confesar cómo atravesaron esa instancia, que pudo haberse vuelto traumática o cómica, y sigue siendo siempre impredecible.

Mi tesoro escondido

Con los libros. Martín Kohan y algo más que literatura. /Archivo
Con los libros. Martín Kohan y algo más que literatura. /Archivo
¿Habrá pensado, tal vez, que esa ansiedad, tal desespero, respondían a un afán de lector? ¿Habrá creído que se trataba de avidez por bibliofilia? Me vio recorrer, me consta, y me consta que con vengativa indiferencia, los estantes (que ya eran suyos) con los libros (que aún eran míos). ¿Qué buscaba: el texto faltante para la bibliografía obligatoria? ¿La novela que no podía esperar? ¿El poema irremplazable?
Nada de eso. No tengo urgencias de lectura; no soy ni he sido bibliófilo. Ocurría que, en uno de esos volúmenes (¿pero en cual? ¡¿Pero en cuál?!), había ocultado yo una pequeña reunión de billetes, que eran todos mis ahorros. Era eso, y no otra cosa, lo que me lanzaba, febril, hacia la biblioteca impasible. ¿En cuál de los libros, en cuál? ¿Disimulados en qué solapa? ¿Abultando qué sinopsis biográfica, curvando qué foto de autor? La abundancia de libros y la escasez de dinero se conjugaban para mí en una trampa realmente siniestra. Ella, en tanto, disfrutaba muy a sus anchas. ¡Y luego tuvo el tupé de decir que yo era incapaz de hacerla feliz!
El patriarcado, bien lo sabemos, sojuzga a las mujeres recluyéndolas en el ámbito doméstico, esencializándolas en la maternidad. Por eso, en las separaciones conyugales, suelen quedarse en las casas (y con las casas) y suelen quedarse con los hijos (a los que luego prestan en un régimen discrecional denominado “de visita”). Pero al patriarcado, también lo sabemos, ¡le queda poco! Caerá más pronto que tarde y sobrevendrá la igualdad.
Los libros, al final, me los llevé, apenas tuve un lugar donde ubicarlos (gracias, mamá, por recibirlos). La plata, empero, no apareció jamás.
Espero que ella la haya empleado en alguna cosa buena, en alguna cosa linda, algo grato, algo dichoso, que le haya procurado placer y que haya servido de colofón a esos años que pasamos juntos, al tiempo en que me quiso y la quise.

No se resuelve con uno nuevo

Paula Pérez Alonso, escritora y editora

Paula Pérez Alonso. A veces, es un problema estúpido.
Paula Pérez Alonso. A veces, es un problema estúpido.
Él ponía su nombre en los libros pero no en todos. Habíamos decidido separarnos, aunque todavía no sabíamos que sería definitivo, y la división de la biblioteca fue uno de los momentos más tensos porque era casi el único bien en común que podíamos disputarnos. La casa era de los dos por partes iguales y cuando se vendiera sería mitad de cada uno, pero ¿la biblioteca? Algunos libros eran solo míos y otros sólo de él, pero los que yo había leído en una edición comprada por él y “los míos” que él había leído y estaban ahora de su lado —¿no son también un poco de unx los libros después de leerlos?— ¿de quién eran? ¿De quién eran los que habíamos comprado juntos? ¿Y la literatura de los lugares a los que habíamos viajado?
Durante las horas de los muchos días que pasé zambullida en esa enorme biblioteca que ocupaba la pared central del living de techos altísimos, separando mis libros de los de él, apilándolos en el piso en lugares diferenciados, me preguntaba ¿por qué es tan importante? ¿Cuál es el peso o la gravedad de esta discriminación? ¿Otra vez el tema de la identidad? ¿Un territorio sobre el que unx necesita reafirmarse y donde reclama la propiedad privada? Qué estupidez y qué aburrimiento.
Esa zona gris, incierta nos tironeó neuróticamente porque no se resolvía comprando de nuevo ese libro que unx no quería perder. Los libros eran mucho más que objetos con un valor simbólico o de uso. Eran parte de la experiencia de la vida juntos, algo que nos unía contra cualquier diferencia.
Entonces apareció la sombra de la duda sobre quién se quedaba con la edición de las obras completas de Lewis Carroll o El libro de los pasajes o los poemas de Cernuda o La preparación de la novela o las Cartas a Theo o las cartas de Chandler editadas por Frank Mac Shane o Fragmentos de un diario en los Alpes o las Conversaciones con Capote o Las ciudades invisibles, como si se tratara de gemas únicas. Aunque en un momento nos distrajimos y La balada de la dependencia sexual, de Nan Goldin, quedó de su lado, y dos ediciones distintas de Rashomon del mío. 

Era clarísimo

Inés Garland, escritora

Libros libros libros. Inés Garland, en una librería. / Maxi Failla
Libros libros libros. Inés Garland, en una librería. / Maxi Failla
Cuando me separé, fui yo la que se fue de la casa compartida. Hice una lista de las cosas que me quería llevar y se la mandé por mail a mi, hasta entonces, amado esposo. La lista decía cosas como "lámpara de pie", "sillón de leer" (yo había mandado a hacer dos, uno para cada uno, aunque él prefería sentarse frente al televisor), "sábanas de hilo" (había dos juegos, de un hilo que en verano era como tirarse en agua fría), "cómoda" (regalo de casamiento) y algunas cosas más que no me acuerdo. Las cosas, una debajo de la otra, para más claridad.
La lista volvió con una columna muy alineada de noes en el otro margen de la página. "No. No. No. No." Ni un solo sí. Me fui con los mismos muebles que tenía cuando nos mudamos juntos y que sigo teniendo hoy, dieciocho años después. De los libros, no había mucho que discutir. Era clarísimo de quién eran, yo tenía una biblioteca anterior, él tenía muy pocos libros.
Había uno, sin embargo, cuyo título mi memoria elige no recordar, que provocó discusiones muy amargas. Era un libro sobre la muerte, en algún lugar leí que era un libro favorito de Woody Allen, ahora lo traté de googlear y me acabo de enterar de que Woody Allen recomienda leer a Machado de Assis (Google es maravilloso). Podría llamar a mi ex para preguntarle, pero prefiero no hacerlo. En alguno de los encuentros que tuvimos cuando pasó la tormenta, tuvimos muchos, me habló del libro como si lo hubiera descubierto él, como si nunca nos hubiéramos peleado porque yo decía que lo había comprado yo y él decía que lo había comprado él.
Chau rincón. Los libros también caen en el divorcio. / Cecilia Profético
Chau rincón. Los libros también caen en el divorcio. / Cecilia Profético
En los días previos a la separación, no se me ocurrió encargar otro ejemplar, era en inglés, en esos días ese libro fue el símbolo de todas las pérdidas que me negaba a mirar de frente. Era imposible mirarlas. Era mejor pensar en ese libro, llorar por las sábanas de hilo, la lámpara de pie, el sillón de leer.
El libro hablaba de todas las estrategias que usamos para no aceptar que nos vamos a morir. Era un libro gordo, esta noche en la mitad de la noche, o mañana en algún momento, voy a acordarme del título. Es probable que olvidarme de las cosas sea una estrategia para creerme inmortal, pero no sé si está mencionada en el libro porque nunca lo leí. 

Están en mi corazón

Daniel Divinsky, editor


Vida de editor. Vida de editor. Daniel Divinsky, con una biblioteca detrás./ Pepe Mateos
Vida de editor. Vida de editor. Daniel Divinsky, con una biblioteca detrás./ Pepe Mateos
Cuando hace nueve años me separé de mi compañera de mucho tiempo, al principio en buenos términos, la muy amplia biblioteca que había en nuestra casa estaba dividida por géneros en las dos plantas del duplex que habitábamos.
A los muchísimos libros que habían quedado en Buenos Aires cuando debimos partir al exilio venezolano, se sumaron los centenares incorporados allí, bien por compra o bien porque me los remitían los servicios de prensa de las distribuidoras cuando fui jefe de las páginas culturales de El Diario de Caracas, un gran aporte de periodistas argentinos -Tomás Eloy Martinez, Terragno; Raul Lotitto, Edgardo Silberkasten- a la prensa de ese país.
Esa biblioteca estaba arbitrariamente dividida entre las dos plantas del duplex. En el piso 10, literatura en general, humor, ensayo. En el 11, narrativa española, poesía, teatro, humor, erotismo --la colección "La sonrisa vertical"-- clásicos; ensayo político e histórico.
Como en las habitaciones del piso 11 donde estaban los libros era urgente por entonces una reparación integral a causa de la humedad que había invadido algunas paredes, mi ex me urgió a retirar esos libros: no solo me urgió, sino que los hizo embalar y sólo me quedó llevármelos.
Luego las cosas se pusieron espesas y, de la biblioteca del 10 solo pude sustraer algunos títulos casi de contrabando. Allí quedaron mi primera edición de Cien años de soledad con la fea tapa que no se volvió a utilizar, mi ejemplar de El señor presidente de Miguel Ángel Asturias dedicado por él cuando una de mis queridas tías paternas me llevó a escucharlo en una conferencia que dio en un centro cultural de Avellaneda y muchas otras joyas que eran importantes para un adicto mal a los libros como lo fui siempre.
Así que me quedo físicamente una biblioteca chueca, algo que al principio me dolió muchísimo. El tiempo, gran terapeuta, me reveló que esos libros estaban en mi corazón, o donde fuere que se guardan esas cosas. 

Para lo que le va a servir...

Gustavo Nielsen, escritor y arquitecto

No sólo libros. Gustavo Nielsen diseñó el Monumento Nacional a la Memoria de las Víctimas del Holocausto.
No sólo libros. Gustavo Nielsen diseñó el Monumento Nacional a la Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Ella, una psiquiatra importante, volviéndose paulatinamente ciega por retinitis. El marido, un inútil de esos que a veces aparecen en la construcción, simulando manejar una cuadrilla de obreros para hacer un billete como intermediario. Un galán al que jamás le habían gustado los libros. Sin embargo, al momento de separarse, el tipo colgó el hilo con la plomada de albañil en la mitad de la biblioteca. Las obras completas de Freud estaban en el centro de todo. Traducción de Etcheverry, veinticuatro tomos, editorial Amorrortu. El hombre se llevó los doce de la derecha, además de la totalidad de los tratados de psicología que había en “su sector”. Ella me lo contó.
Cuando me lo crucé en la obra no pude aguantarme. Le pregunté si no le parecía una maldad.
- Había que dividir todo… -dijo, abriendo los brazos.
- Sí, pero podías haber dividido por otro lado. Le rompiste la colección de Sigmund Freud con la que estudió.
Se rascó la cabeza antes de contestar.
- ¿Para qué le va a servir el froi cuando no vea?

Al final, reflexiones sobre el amor

Natalia Zito, psicoanalista y escritora

Natalia Zito. Escritora
Natalia Zito. Escritora
La biblioteca me la había hecho él. Se la pasó un domingo entero con el taladro en la mano, mientras yo le alcanzaba los tarugos y un vaso de Coca con hielo cada tanto. Fue lo último que hizo por mí. Aun cuando ahí, en los libros y en mis cuentitos, se condensaba todo lo que nos iba a destruir. 
Cuando llegó el momento de la división de bienes quiso descontar un departamento, haciéndolo pasar como bien propio. De los doce platos amarillos, me quedé con seis. Cuatro tazas de ocho. Todos los cubiertos y sin mesa del comedor. El resto fue sencillo: las herramientas, excepto la lijadora, eran de él y los libros eran míos. El día que se fue, escondí un destornillador, una llave Allen y él se llevó tres libros: Excel para contadores, un manual de Economía y otro con la receta para volverse rico.
Dos años después, un día antes de mi mudanza, todo estaba embalado menos los libros. Nicolás, mi pareja actual, era casi un desconocido que merodeaba entre los canastos en pantalón corto y sin remera, alguien en quien yo trataba de descubrir qué clase de exmarido sería. Sin permiso, se puso a meter los libros en cajas de Banana Tropical sin el más mínimo reparo. Caído detrás de una de las bibliotecas, con la tapa arrancada, entre un par de cucarachas muertas y roñoso por el tiempo, apareció un libro de la época en la que creía en corazones rojos pero descubría que leer es subrayar: Reflexiones sobre el amor, de Leo Buscaglia.   

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