Omar Sharif: Actor, cabrón, mujeriego


Galán y buen actor.El egipcio de “Doctor Zhivago” murió a los 83 años. Padecía Alzheimer. Anécdotas de un dandy incorregible.

Un dandy. Un caballero con las damas, un tipo de mal genio con el resto, Omar Sharif ayer, al atardecer de El Cairo, dejaba el mundo terrenal para convertirse sin paso intermedio en algo así como la leyenda del mejor actor de Egipto.
Michel Demitri Shalhoub, más y mejor conocido como Omar Sharif, era culto, hablaba fluido inglés, árabe, castellano, griego y francés, pintón, mujeriego, jugador (de bridge: llegó a perder un millón de dólares en una sola noche) y tenía mal talante, por no decir que era un cabrón. Nacido en Alexandría el 10 de abril de 1932, hijo de un comerciante, egresó de la Universidad de El Cairo con un doctorado en Matemáticas y Física, y se dedicó al negocio de la madera y la construcción de su familia.
En los ‘60 era tan exitoso en el mundo de la construcción como en el cine. Pero antes de integrarse al elenco de Lawrence de Arabia(1962), que dirigió David Lean, y donde interpretó a Sherif Ali, ya era un afamado actor en su país.
Hombre de una sola mujer, por la que se convirtió del catolicismo al islamismo -terminó diciendo que era ateo-, Omar al-Sharif se divorció en 1974, y si no hasta el día de su muerte, porque padecía Mal de Alzheimer, sostenía que a la única mujer que realmente amó fue a Faten Hamana, la afamada actriz a la que conoció en el rodaje de su primera película, Siraa Fil-Wadi (1954) y madre de su único hijo, Tarek.
Volvió a trabajar con Lean en Doctor Zhivago (1965), clásico del cine romántico y mamut de aquella época, al lado de Julie Christie. Luego alternó dramas y comedias, como Top Secret!.
Por 2006, cuando ya la actuación comenzaba a ser parte del pasado, y sólo aceptaba papeles pequeños en filmes casi del mismo tamaño, decía: “Decidí que no quería ser esclavo de una pasión más, a excepción de mi trabajo. Tenía demasiadas pasiones: el bridge, los caballos, los juegos de azar. Quiero vivir otro tipo de vida, estar con mi familia más. porque yo no les di el tiempo suficiente”.

Sharif había hecho una reaparición en 2003 como un anciano comerciante de tienda musulmán en la película francesa El señor Ibrahim y las flores del Corán, por la que ganó la Copa Volpi al mejor actor en el Festival de Venecia y el César de la Academia de cine francesa.
¿Y qué había quedado de su época de tener mil mujeres, luego de su separación? “Desde 2004 no tengo novia. Bueno, ahora sí, dos de 35 años, una en El Cairo y otra en París. Arreglamos para ir a cenar de vez en cuando. Cuando terminamos, nos damos dos besos en la mejilla y cada uno a su casa”.
Un hombre... temperamental
Hotel Alvear. Mediodía. Omar Sharif visitaba Buenos Aires, y aceptó una entrevista para la sección Personajes de la revista Noticias. En esa época, comienzos de los ‘90, aún no había salido a la calle Caras, y el estilo de la sección ya era mostrar al personaje en su ámbito. Su casa.

Sharif, alto, 1,80 m, vivía en hoteles, y no sólo cuando viajaba. Ese era su estilo de vida. Luego de la entrevista, parte en inglés, parte en castellano -había vivido mucho tiempo en Madrid, adonde había llevado a su mujer, la actriz Faten Hamana, y a su hijo Tarek-, llega el momento de las fotos. Un jarrón enorme con flores en una mesa, en medio de su suite. Acepta a regañadientes el primer clic del fotógrafo.

Pero cuando le pide otra opción, cerca de un ventanal, el egipcio, literalmente, estalla.
“¡¡No quiero fotos!! ¡¿Quién te crees que eres?! ¡¡Yo no soy una put...!!”. Si el cronista no interviene, la gresca llegaba, también literalmente, a las piñas entre el actor y el fotógrafo.

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