Valentina Bassi: "Cada tanto hago silencio para frenar la exposición"
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Entrevista
Nació de una historia de amor gestada en el Borda. En los 90 encarnó a María Soledad entre angustias y euforias. Retrato de una patagónica sencilla.
Se llama Valentina por una astronauta, la rusa Valentina Tereshkova, primera mujer que contempló la Tierra desde “afuera”. Sus padres se conocieron en el Borda. Dirigió el periódico escolar Desekilibrio líquido, que fundió al quinto número por una deuda contraida en la fotocopiadora barrial. De chica se miraba al espejo por horas, pero no por narcisismo actoral: creía que de tanto desearlo, la sal del mar y el efecto prolongado del sol cumplirían el sueño de cambiar sus ojos marrones por unos verdes.
“Crecí en el frío, pero no tengo recuerdos del frío”, dice Valentina Bassi, 44 años, nacimiento en Trelew luego de que un psiquiatra que hacía su residencia en el Borda y una asistente social -que confeccionaba su tesis allí-, se enamoraran y terminaran en la Patagonia.
Mientras exista el canal Volver, tendrá que lidiar con la extraña sensación de su debut cinematográfico. A mediados de los noventa fue María Soledad Morales en la película de Héctor Olivera sobre la catamarqueña violada y asesinada. Por entonces Valentina era tan frágil que el propio Olivera le prohibía salir a bailar por Catamarca ante el miedo de las patotas saadistas. 400 chicas en un casting y la más menuda ganaba el rol de la tragedia. Encuentros con la hermana Martha Pelloni y con la familia de María Soledad. Hasta Bernardo Neustadt la interrogaba atento. La cabeza de Bassi era una multiprocesadora : “A la chica la mataron a mi misma edad. Yo leía el caso en el diario y a los tres años siguientes yo tenía que ser ella. Mi papá murió una semana antes del estreno, con el pasaje a Buenos Aires listo. Mi cara empapelaba el país y todos repetían ‘aprovechá el momento’. ¿Aprovechar qué? No entendía nada”, analiza.
Valentina, una mujer sencilla. (Fotos Emmanuel Fernández).
No puede borrar la sonrisa de esa boca grandísima cuando rebobina todavía más atrás, al juego de infancia preferido en Chubut: su hermana haciendo equilibrio en bicicleta mientras ella, soga atada a la cintura y a la bici, era arrastrada a bordo de sus patines. La otra postal de libertad: sus padres estacionando en la banquina y abriéndole la puerta para que ella disparara a trepar las montañas.
“Siempre voy a ser patagónica. Me identifico con el paisaje de horizonte amplio. Eso necesito: la nada”, desmenuza ahora que dejó terapia. “Era muy tímida. Me costó muchísimo relacionarme. Pero no lo viví con tristeza”.
En el Fiat 600 que su madre manejaba, “Trapito” -como la llamaban en la adolescencia por su delgadez y su ropa de “espantapájaros”- recorría villas del sur. “¡La culpa que me metió de chica!”, despotrica. “Desde siempre tuve conciencia de la injusticia social”. Su padre, en cambio, le contagió otra cuestión. Fundó un cineclub, de allí que Valentina festejara a Fellini como los niños de su edad celebraban a Balá.
Creció en dictadura, con el tío paterno, Eduardo, peronista, preso por diez años en Rawson. Al principio le permitían visitarlo. “No lograba entender lo que pasaba. Me decían que estaba en la cárcel por comprar revistas prohibidas. Nunca me voy a olvidar del día en que volvió la democracia y lo fuimos a buscar. Ya no me acordaba cómo era. Nos abrazó fortísimo. Su mujer le había dejado preparada ropa antes de ir a su exilio. Cuando él salió, los pantalones Oxford estaban pasados de moda”.
Ahora ya no hay tanta nube y Valentina es feliz como madre de Lisandro (de ocho años) y “novia eterna” del director Ulises Rosell. En pareja desde hace “tal vez 15 años”, la suya no fue una historia de amor nacida en hospitales porteños, sino de escenarios franceses. En un viaje al Festival de Cine de Toulouse quedó flechada por el hombre al que volvió a cruzarse meses después, en la Ciudad de la Luz.
Ex Presidenta de un Centro de Estudiantes de Trelew, le huye ahora a la política. “No quedé conforme con mi gestión. Tenía apenas 15 años y en mi campaña estaba el plan de erradicar las amonestaciones”, lanza la carcajada. Ningún misterio, ninguna excentricidad. Detesta cocinar y admite una tendencia a “la fiaca” y a la vida en un sillón, con libro en mano. Por estos días disfruta de una “panzada literaria” con la pluma de Selva Almada y Mariana Enriquez.
A los 44, Bassi se muestra más segura que nunca. (Fotos Emmanuel Fernández).
-En una de tus primeras notas decías: “Mi vida es un quilombo, pero dentro de un rato, tal vez, encuentre un camino”. ¿Lo encontraste?
-¿Eso decía yo? (Se ríe). Sí. Por lo menos encontré la madurez. Me estaba pasando de todo en ese momento. Empecé a laburar y me costó saber qué quería, cómo lo quería. Los acontecimientos me pasaban por encima. Tardé en que me cayera la ficha. Todo llegó muy rápido. Rápido, justamente para mí que necesito siempre una pausa y una reflexión. Me llevaba una ola.
-Integrabas un dream team de actrices nuevas que los medios perseguían. En viejas revistas compartís tapas con Carolina Fal, Belén Blanco, Magalí Moro, casi todas alejadas del medio hoy. ¿Pudo haber sido tan nocivo?
-No sé cada caso particular. Cuando yo tuve un hijo, cambié mi eje.
-Da la sensación de que te vas y volvés al medio y te vas de nuevo, así continuamente...
-Cada tanto hago silencio, necesito ponerme un freno con la exposición. Encuentro el equilibrio en exponerme y, después, alejarme un rato. Eso me funciona. Nunca fue un tema medir mi fama. No pienso “ahora soy más o menos famosa que antes”.
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