VIDA URBANA Las claves por las que se multiplican los talleres a domicilio


El ritmo frenético de la vida actual genera un cambio: ahora los profesores son los que van a las casas de los alumnos. Espacios que funcionan como terapia.

En el origami encontró el equilibrio que estaba buscando
Florencia Bringas
LA GACETA
EN EL DEPARTAMENTO DE RODRIGO. Rodrigo Martínez Pardo y la instructora Andrea Santamarina se preparan para una clase de yoga. la gaceta / foto de diego aráoz
De a una van llegando cargadas con enormes canastos repletos de lanas de colores brillantes, vellones, agujas, telares y algo para comer con el mate o el café. Así -como casi siempre- las recibe en su casa Mariana Bellusci, aunque a veces rotan y van de hogar en hogar. Porque no se trata sólo de aprender a tejer en telar o bordar, sino de estar juntas. Es “el miércoles de amigas” que se respeta a rajatabla. No son autodidactas: Eugenia de Gatti, la profesora, les enseña a domicilio esas técnicas milenarias. Confiesan que les sirve como terapia en un lugar íntimo, en un lugar cómodo, en casa.

El ritmo frenético de la vida actual, las innumerables actividades que realizan los hijos a diario, las distancias y el trabajo que obliga a estar cada vez más horas fuera de casa han sido algunas de las causas por las que han proliferado los cursos, talleres y clases de distintas especialidades a domicilio. Se trata de cuestiones que antes sólo se solían cursar en institutos, en el taller o en el domicilio de los profesores. Hoy, en cambio, se puede aprender en casa desde carpintería, hasta costura, tejido en telar, yoga, origami, pintura y todo tipo de idiomas, por sólo nombrar algunas actividades. Otro punto a resaltar: muchas de estas clases funcionan como terapias o espacios informales en los que los talleristas comparten sus problemas y situaciones cotidianas a través de la charla se ayudan a superarlos.

Sin excusas

Ahora no tiene excusas para faltar. O por lo menos eso es lo que siente Bellusci cuando se junta con Leonor ParraGeorgina RatkovicGeorgina OrtizElvira Figueroa yMariela Paz. “La comodidad de la casa de uno o la de otra amiga no tiene comparación. Es mucho mejor que pasar media tarde en un instituto”, reconoce la anfitriona, mientras muestra las producciones que surgen en la mesa del living: hay manijones, almohadones realizados en telar, mantas, caminos de mesa y algún suéter que fue recuperado con un bordado colorido.

Eugenia de Gatti, que dicta este taller a domicilio hace más de 5 años, contó que a veces parece más una actividad social: en vez de juntarse simplemente a tomar el té, aprovechan ese espacio para tejer y bordar, actividades que les sirven -si quieren- de salida laboral. Agrega que veces ni se dan cuenta de su presencia, y hablan de sus vidas, charlan de todo eso que surge cuando se está entre amigos. Pero también aclara que están los que toman clases en sus casas por prescripción médica, o porque necesitan relajarse un poco, bajar un cambio. “Las alumnas generalmente son mujeres de entre 40 y 50 años. A algunas no les queda nada por aprender, pero no quieren abandonar este espacio; a veces es hasta terapéutico”, resalta.

Percibe su respiración y le pide que la haga más suave. Porque la respiración refleja el estado de la mente. “En el yoga unís mente, cuerpo y espíritu con tu respiración. En el mundo actual se respira en dos segundos, y es muy rápido. Lo ideal es que la llevemos de 8 a 10 segundos. De esta manera transportás vida a todo tu cuerpo, oxigenás las células, eliminás toxinas cuando espirás”, argumenta Andrea Santamarina, una instructora de yoga a la que le sobran las palabras para hablar de las bondades de esta disciplina. Una prueba de ello es Liliana Márquez. “Hacer yoga no es sólo hacerommm... tenés una actividad física increíble, un momento de reflexión... hasta cantás”, comienza enumerar esta empleada de un canal de televisión. Confiesa que en un período de mucho estrés en el trabajo, su gastroenterólogo le recomendó que hiciera yoga. Entonces su vida cambió. “Un día nos quedamos sin el instituto. Pero pensamos ¿por qué dejar de hacer algo que nos hace tanto bien? Buscamos un lugar, la azotea de un integrante del grupo, y no abandonamos nunca más. Logramos más fidelidad, porque nos sentimos obligados con nosotros y con los demás. En un instituto hay mucha rotación, tanto de alumnos como de instructores. Ahora no falto nunca; mi clase de yoga es sagrada”, describe Liliana. Así, entre el sol que entra por los ventanales de la terraza con vista a la plaza Urquiza se desarrolla la clase. “Si alguien nuevo se suma, al mes ya somos amigos. Eso pasa por el nivel de intimidad de practicar yoga en casa”, agrega Márquez.

El límite

Realizar talleres a domicilio implica crear un espacio en el que se comparte la intimidad; hay una cercanía que se establece mucho más fácilmente que en otro ambiente, porque el vínculo se da en un marco más social y cercano, más directo, explica Gustavo Escalante, profesor de yoga, terapeuta sonoro y maestro de origami.

“En definitiva, termina siendo una excusa para charlar, para que nos enriquezcamos más allá de lo que venimos a hacer. Pero a veces hay otras lecturas”, agrega, pero destaca que no hay que quedarse aislado, porque ahí se genera otro problema. “Tenemos que estar atentos a los juegos de la propia mente. Hay que encontrar un equilibrio y buscar el movimiento”.

Si de equilibrio se habla, Gustavo lo encontró en un añejo libro japonés de hojas de papel de arroz que le enseñó a plegar un papel y darle múltiples formas. Abstraído, empezó una suerte de meditación en movimiento sin darse cuenta. “Cuando vas explorando el origami -confiesa- hay como un gasto de energía, hasta que uno aprende y trasciende límites. La motricidad fina se desarrolla, nuevas conexiones cerebrales se instalan... Luego, todo es sencillo”. Y así se fue haciendo en un experto en origami, arte que hoy enseña a domicilio.

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