El día que "asesinaron" a Olmedo
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Este año se cumplen 40 años de un episodio curioso en la vida del rosarino: en su programa “El Chupete” se anunció, a modo de broma, la muerte del humorista. Como castigo, el gobierno militar le levantó el ciclo. Historia de una censura.
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Fue como si se hubiera acostado en un ataúd para presenciar las reacciones en su propio funeral. La "primera muerte" de "El Negro", 40 años atrás. Antes de que se asomara a la cornisa, caminó por la otra, la cornisa del humor. La broma le costó la censura militar. Fue un 4 de mayo de 1976, a las 20.27. Un locutor del programa “El Chupete” (su programa), puso garganta fúnebre al anuncio: “Desgraciadamente, el actor Alberto Olmedo ha desaparecido. No está entre nosotros. Esa es la razón por la que nos vemos obligados a pasar, en su homenaje, uno de sus últimos programas grabados”. Más de uno frente al armatoste blanco y negro, se desmayó.
Aquel día Olmedo pudo apoyar la nuca en la almohada recién a las seis del otro día. Lo llamaban los parientes, los amigos, los periodistas. Le recriminaban el atrevimiento de “morirse en vida”. La picardía no resultó gratuita. Año tenebroso, Golpe militar dos meses antes, y una decisión: “El Chupete” fue levantado del aire de Canal 13. La palabra “desaparición”, como metáfora de todo.
"El Negro fue debate nacional, eje de los cuestionamientos más descarnados. Se le exigieron “mínimas normas de respeto por la condición humana” y hasta “Pedido de perdón por el macabro chiste”. El diario "Última Hora" denunció en sus páginas que los llamados a la redacción saturaron las líneas. “Mi hijo de 10 años sufrió una crisis nerviosa. Nadie tiene derecho a causar gratuitamente tanto dolor”, acusó una lectora.
Aquella noche las agencias de noticias y los diarios eran hervideros. "Noticias argentinas" remitía el despacho 123, con necrológica incluida, y al rato se desdecía. “Las autoridades de Canal 13 informaron que debido a una broma de mal gusto se dio una falsa noticia de fallecimiento”. Algunos periodistas fueron a buscar a Olmedo al Maipo, a constatar que respiraba: “Había que intentar algo nuevo”, se defendía el rosarino. La gente no esperó el final del cuadro donde yo decía: ¿Se lo creyeron?”.
Muchos ofendidos, mucho dedo acusador. Olmedo ya no era el mismo que ocho antes había batido el récord mundial de permanencia en cámara: 36 horas de transmisión, sin dormir, en una cruzada por el Hospital de Niños y la Casa Cuna. “Siento que el público ya me ha perdonado”, decía meses después del chascarrillo. “Me equivoqué. Lo acepto. La gente olvida y disculpa si te quiere bien. El escándalo lo provocó la mediocridad de la TV argentina”.
El juego con la muerte era constante, aunque ni él lo percibiera. En 1985, quemó a su personaje Rucucu en pantalla, “asesinándolo”. Tal vez aún no se percibía del todo el aura triste que inundaba a Olmedo, que decía en voz baja a sus amigos: "Cada vez que termino de actuar, me quedo vacío". Ya lo decía el director teatral Alberto Ure magistralmente: “Olmedo fue la víctima de la risa argentina, el sacrificado por la alegría ajena. Parado en el centro de cada argentino, ya no le quedaba lugar para aguantarse a sí mismo”.
Dos días antes de su muerte “real”, marzo de 1988, Olmedo ya se desangraba en presentimientos en la Revista “Siete Días”: “¡No te da miedo que tu fama sea mucho más duradera que tu vida?”, le preguntaba el periodista. “Claro que me da miedo. No me queda más remedio que aceptarlo. En este país la gente le suele ser más fiel a los muertos que a los vivos".
Mañana se cumplirán 28 años de aquella última –impensada- función de “Éramos tan pobres” en Mar del Plata y del vértigo mortal de ese balcón maldito de un piso 11. Costó creer que no fuera otra broma más y que “Piluso” no hubiera lanzado un monigote de utilería como “doble de riesgo”.
“Algún día voy a tener a la mejor mina. Voy a ir al mejor restaurante, con el mejor champagne y un Chesterfield, y cuando termine voy a agarrar el mantel y ¡Faaaá! ¡Voy a tirar todo a la mierda! Y cuando venga el mozo, preguntaré: ¿Cuánto se debe?”. Eso predijo alguna vez ante su amigo “Chiquito” Reyes, cuando su “pieza” tenía “chiflete y entraba el frío por los agujeros”. Lo cumplió años después, en Fechoría.Con su muerte inventada en 1976 pasó algo parecido. Aquel chiste mortuorio, lo hizo tomar dimensión de qué se sentía estar muerto para el público. Como estar haciéndose el dormido en el propio velatorio.
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