Ricky Martin, sensualidad y adrenalina
GRAN SHOW
El puertorriqueño cautivó a las 17.000 personas que llenaron anoche el club Central Córdoba. El cantante boricua volverá a actuar el martes. Video.
Las luces se apagan y el estadio repleto de Central Córdoba explota en un solo grito. Comienza la música a cargo de una banda de nueve intérpretes, y los ocho bailarines se despliegan por el inmenso escenario. Falta él... Esos dos minutos más allá de las 21.30 parecen eternos.
Es entonces cuando, desde una decena de metros de altura y entre bloques compuestos por pantallas led,Ricky Martin se hace presente. Como un dios del Olimpo, baja lentamente en una plataforma móvil para deleitar a sus fieles incondicionales (el estadio explotaba con 17.000 personas) con poco más de una hora y media de recital, en las cuales no falta ninguno de los grandes éxitos de sus tres décadas de carrera.
“Sube la adrenalina” es el tema elegido para la apertura y así demuestra que su show internacional está medido al milímetro, llevando a su público a lo más alto desde el comienzo y regulando la intensidad y las emociones a lo largo del espectáculo.
Sus seguidores le responden. Saltan cuando les pide, se relajan en el momento justo y vuelven a subir oportunamente. Todo es improvisado, pero nada lo parece; da la sensación de que es consecuencia de un ritual ensayado infinidad de veces, tantas como soñaron tenerlo frente a ellos. En definitiva, artista y público funcionan como un único ser vivo que respira, se entusiasma, se calma y vuelve a sacudirse al final, en el que la energía circula como lo quiere el ídolo.
Ricky es un bailarín más, y se siente cómodo siéndolo. En el primer segmento del show, se viste de traje igual que los otros y se mueve con extrema solvencia. El primer cambio de vestuario llega al tercer tema, y reaparece con una remera negra con flecos para cantar “Shake your bon-bon” y “Muévete duro”, que luego cambia a una polera.
El cielo se impacienta y comienza una llovizna intensa, que no aplaca ningún ánimo; por el contrario, los gritos aumentan en “Tal vez”. Las cámaras dejan de enfocarlo para centrarse en su público y en la pantalla gigante se ve a una fan llorando, al igual que muchas otras que no aparecen pero lagrimean.
El despliegue prometido se cumple a la perfección. Nadie sabe de dónde, pero aparece un auto descapotable, escenografía para su hit “Livin, la vida loca”. Después, una pausa: tanta agitación necesita un alto. Ahora sube en el ascensor que lo trajo a la tierra, vestido con una camisa blanca, mientras canta “Asignatura pendiente”, que luego le da paso a “Disparo al corazón”.
El músico no ordena, sino que habla con su gente. Y lo hace de temas sensibles, como los niños o el amor. Pero la mayor interacción no pasa por las palabras, sino por las miradas, los gestos y las canciones más populares (todas, en definitiva), en las que alienta a que lo acompañen. “Mi idea es que todos salgan de aquí sin voz esta noche”, confiesa, y el delirio sube otro escalón.
Termina el bloque lento con “Vuelve”, en un solo de guitarra, y llega otro cambio de vestuario (habrá ocho en la noche). Ahora viste un traje color uva y el cuerpo de baile luce sensuales lencerías. “Adiós” y “La bomba” resuenan y muchos dejan ya las sillas como un recuerdo y se lanzan a bailar en medio de las plateas. Poco importa que la lluvia no cese, ni se nota el frío con tanto calor.
Muchos rostros se transmutan por la envidia cuando el puertorriqueño toma a una de sus bailarinas de la cintura y hacen un solo muy apretados. “Por arriba, por abajo” hace salir de nuevo la alegría en estado puro, con la coreografía de las manos entrecruzadas que recorren el cuerpo tanto entre el staff artístico en pleno como en buena parte del público, ya al borde del delirio.
Se despide, y nadie le cree. Ni un alma se mueve a la espera de su retorno, que lo hace íntegramente de negro para cantar “Pégate un poco más”. Y ya nadie queda callado con el estribillo de “La copa de la vida” (escrito para el mundial de fútbol de Francia, en un lejanísimo 1998), ese que dice “Tu y yo!!/ ale, ale, ale/ go, go, gol!!/ ale, ale, ale”.
Ahora sí, apagón completo. Y falso otra vez: falta el gran cierre, con el éxito del momento, ése que todos esperan con ansiedad. De dónde saca tanta fuerza para cantar “La mordidita” es un misterio bien guardado, pero lo hace a pleno, para el deleite sumo.
“Gracias y hasta la próxima”, dice. Se lleva la mano al pecho, del lado del corazón, y se lo tira al público con un beso. Termina; esta vez sí es el cierre.
Dicen que los grandes artistas nunca se van del todo una vez que están con su gente. Ricky Martin confirma esta regla. El martes volverá al Central Córdoba, a volver a hacer gozar, a sentir que, como le pidió al público y el público cantó hasta la afonía, “Sí se puede”.
El pulso de la noche
Una foto tramposa.- Todo fanático sueña con tener una foto con su ídolo y cada uno arma su estrategia, desde esperarlo horas por el lugar donde vaya a pasar hasta tratar de colarse a sitios prohibidos. Una alternativa es la que ideó el Banco Macro: montó una escenografía con dos sillones y, en el medio, una imagen de Ricky Martin para sacar retratos.
Mensajes al ídolo.- El Banco Macro también entregó cartulinas al público para que escriban consignas en ellas y se transformen en carteles dirigidos hacia el escenario. Junto con los mensajes de amor había títulos o estrofas de las canciones más populares. “En la mano llevo la bandera que llega al corazón”, escribió una fan.
Alrededor del club.- Una decena de vendedores de remeras, credenciales, vinchas, banderines y demás recuerdos se apostaron en las inmediaciones del Central Córdoba. Hubo quienes aprovecharon del mal tiempo y ofrecieron capas para lluvia.
Merchandising oficial.- Al entrar al complejo, un puesto de productos oficiales del puertorriqueño (foto izquierda) ofrecía remeras y bolsos con fotos del cantante y frases de sus canciones. “Antes teníamos tazas, llaveros y gorras pero se vendió todo porque es lo que va quedando de la gira”, contó Jimena, la vendedora.
Una oportunidad única.- Unas cuarenta seguidoras pudieron ingresar a la prueba de sonido a las 18, tras pagar U$S 300 a la producción del cantante y U$S 100 más para una foto exclusiva con él. Vale aclarar que ninguna de estas opciones habilitaba para ver el espectáculo de la noche.
Humo fragante.- En cada ochava los infaltables choripaneros echaban su fragante humo desde la siesta. El puesto de Gaby, en San Luis y Bolívar, disponía de 30 kilos de chorizos para vender a $ 30 el sándwich.
Vigilancia y requisa.- Mientras 60 efectivos de Policía, de los Bomberos y de la Brigada controlaban los alrededores del club, cuatro agentes mujeres del Servicio Penitenciario revisaban los bolsos para retirar elementos cortantes, pirotecnia, gas pimienta o elementos que pudieran lesionar a terceros. Tampoco se podía ingresar con alimentos o bebidas.
Hielo para tanto calor.- Estaba fresco, pero de un camión refrigerado bajaron 30 bolsas de 15 kilos de hielo cada una. Era el segundo pedido de la tarde, para aplacar el calor que provocaría Ricky desde el comienzo del show.
Pochoclo y bebidas.- Al fondo del club un puesto vendía pochoclo a $20; fernet a $80 y bebida cola a $30 y $35.
Emergencias.- Las salidas de emergencia estaban bien señalizadas y además de los sanitarios a la entrada de avenida Alem, para el público había dos grupos de baños químicos (uno de 10 y otro de 15 unidades).
Tribunas repletas.- Las tribunas fueron las primeras en llenarse de fans que quisieron pasar sentados parte de la espera del comienzo del show. Mientras unos comían para cargar energía, otros armaban coros y ensayaban cánticos con el nombre del boricua.
Momento emotivo.- Uno de los picos de emoción de la noche fue cuando el ídolo convocó al público a acompañarlo en el coro que dice “qué me importa lo que dirán”. Nadie le falló y la letra sonó clara y fuerte en todo el club, como en cada momento en que el cantante apuntaba con el micrófono a la platea. Es que hubo poco diálogo, pero mucho encuentro: Ricky Martin optó por comunicarse a través de sus letras y gestos antes que con largos discursos. El show tuvo un ritmo agotador, sin descanso alguno.
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