“La guitarra ocupa mi mente,mis sentimientos”
ENTREVISTA
El tucumano Enrique Grimberg construye guitarras eléctricas con cuerdas de nylon.
Ella vagabundea por el encordado, rastreando el murmullo de un tamborcito calchaquí. Un cañaveral resucita entre la prima y la bordona. En las cerrazones del tiempo, en las sendas del Tafí, su mirada se cobija. Ella conjuga los acordes de la soledad. Se abrazan la esperanza y la pena en los campos de Acheral, cuando la luna tucumana besa una guitarra. Por sus dedos circula la zamba yupanquiana que se convirtió en el himno de nuestra provincia. Desde la adolescencia, las seis cuerdas entramparon su corazón, pero lejos de encorsetarlo lo echaron a volar, primero como intérprete y luego como restaurador de guitarras eléctricas vintage y constructor de las propias con características especiales. Una Gibson Les Paul Custom Shop reedición 1959, restaurada por él, fue adquirida por el rockero Lisandro Aristimuño. “Empecé en la década del 70 haciendo música con grupos adolescentes, rock nacional, plena época de Sui Generis, de “La Máquina de hacer pájaros”… Soy autodidacta. Siempre me atrajo la guitarra. Mi padre era pianista, tocaba tango, y mi madre, mezzosoprano, cantaba boleros. No obstante, el preconcepto de la época era que si yo tenía un estudio regular de la guitarra, iba a dejar de estudiar o no iba a poder desarrollarme en otros intereses que mis padres querían para mí; soy único hijo. A pesar de tener una familia de músicos no profesionales, no me fomentaron el estudio de la guitarra. Nací en la Santiago al 600, entre Maipú y Muñecas, fui a la Escuela Mitre y luego a la de Comercio”, cuenta Enrique Grimberg, músico, lutier y abogado, de 57 años.
- ¿Cómo se inició tu relación con la viola eléctrica?
- La guitarra siempre me llamó a mí, yo lo siento como decía Descartes: “el interés es la medida de todas las acciones”. Cuanto más me interesaba, mejor tocaba, me fluía naturalmente. Quería ser guitarrista profesional. Admiraba muchísimo a Santana, obviamente que ya habíamos escuchado a Aquelarre y tratábamos de tocar sus cosas. Me impresionaba mucho Manal… Desde el principio, tocaba con una Gibson 335 en esa época. Yo no aprendí a tocar en la guitarra clásica, la evolución fue completamente al revés. Empecé con la eléctrica, cuando el grupo Redd hacía sus primeras apariciones y con Luis Albornoz estábamos muy interesados en conseguir instrumentos que pudieran desarrollar el sonido de un Eric Clapton, de un BB King, de Carlos Santana, creador de la primera Yamaha SG2000, la guitarra más revolucionaria del mundo en la historia.
- ¿Arrancaste con el rock y luego desembarcaste en el folclore?
- Desde el principio toqué folclore. Me encantaba la idea de poder hacer algo que no había escuchado. Tango con guitarra eléctrica era muy frecuente; la primera vez que escuché a Salgán y De Lío quedé enormemente sorprendido, pero en esa época, tocar folclore en forma solista en guitarra eléctrica me pareció un hermoso desafío. Las obras clásicas de Ariel Ramírez, el Cuchi Leguizamón, Yupanqui, que están en mi disco “Expresiones”, eran un desafío tocarlas con guitarra eléctrica sin cambiarle la esencia. Descubro que el sonido tímbrico era perfectamente variable y no tenía por qué tocar una guitarra criolla. Ariel Ramírez había utilizado el clavecín y pidió que no fuera cualquiera, él quería el mismo modelo y marca que tiene menos octavas, que había utilizado Bach y que sólo lo tiene el monasterio de Santa Cecilia, en Roma. Entonces, yo me dije: “un clavicémbalo y una guitarra acústica son exactamente lo mismo, no tiene por qué ser una guitarra criolla”. Creo que los grandes creadores del folclore a los que admiro, han ido rompiendo las estructuras y no se han quedado en los convencionalismos sociales. Comienzo entonces a hacer folclore con guitarra eléctrica.
- ¿Qué te llevó a construir guitarras eléctricas con cuerdas de nylon?
- Empiezo como un experimento, la idea era tratar de hacer lo que otro no había hecho. No había guitarras con cuerdas de nylon, surgieron algunas marcas posteriores pero con características muy distintas. Me cargaban los músicos amigos porque desarmaba este tipo de guitarras. Comencé calibrar, luego me animé a comprar instrumentos muy costosos, era mucho el sacrificio que hacía para desarmarlos íntegramente y me metí a leer y estudiar mucho. Existían 2.000 modelos distintos de eléctricas. Me pasaba horas desafiando la física. Estudié cómo eran las tensiones y se trasmitían a través de la física sónica por mi propia cuenta y después de estudiar los casi 2.000 modelos y los muchos libros que he podido conseguir, mostrando la incidencia de un sonido en un diseño, llegué a pensar que estaba todo hecho. Pero mi forma de ver poco convencional, me llevó a generar algo que pudiera satisfacer al músico, vi que no había guitarra eléctrica de cuerdas de nylon.
- ¿Cuándo se produce la parición?
- Llega en 2000, ya había adquirido los conocimientos necesarios para decir: “esto quiero, esto no hay”. Compré el material que podía encontrar y logré un instrumento muy interesante; siendo una necesidad de todo músico tocar a tempo, tanto en lo melódico como en lo armónico, no existía ningún preamplificador activo que permitiera con un solo toque variar completamente el sonido. Había que subir, bajar o girar muchas perillas. Entonces con el ingeniero electrónico Guillermo Filippone, gran amigo, nos pusimos en la tarea de diseñar una electrónica activa, un secuenciador digital de tono, que permite con una sola pulsación de un switch, cambiar de sonido de acompañamiento a uno de solista, lo cual no es poco. Así es como surge la segunda guitarra que fue una serie de ocho, una de ella la tiene Carlos Podazza, gran maestro.
- ¿Cómo llega a interesarse Aristimuño por una de tus guitarras restauradas?
- Lisandro no me conocía ni a mis guitarras tampoco. En julio de 2016 vio la publicación que venía efectuando yo en internet, sobre una Gibson Les Paul Custom Shop reedición 1959, única en el mundo en estado de 0 Km, restaurada íntegramente por mí con componentes originales Gibson vintage, que en la Argentina no se consiguen. Él tenía que dar ese mes un recital acá, en el teatro Alberdi. Vino a casa, acompañado de su manager, y se enamoró al verla. Me pidió que la tocara y luego se mandó un microconcierto. Decidió comprarla en ese mismísimo acto. Y recién entonces le saco un par de las construidas por mí. Él que es muy tranqui, estaba loco, indeciso. Y dijo: “la Les Paul 59 es la guitarra más deseada del mundo, es el Santo Grial de las violas, pero lo que vos construyes no lo he visto ni escuchado en el mundo entero, ¿qué hago?” Al final, me compró la Gibson.
- ¿Qué sentimientos cardíacos te pulsa la guitarra?
- La vivo como una grata obsesión, me ha costado muchos desvelos, tiempo de mi vida poder atender a su majestad, la guitarra, como creo que ella se merece, pero al mismo tiempo, es una dominación en feedback: ella ocupa mi mente, mis sentimientos y me proporciona sentimientos maravillosos, pero yo soy el piloto, el que le digo qué quiero que cante para mí, soy su capitán, hay entre ambos una hermandad.
- ¿Cómo se inició tu relación con la viola eléctrica?
- La guitarra siempre me llamó a mí, yo lo siento como decía Descartes: “el interés es la medida de todas las acciones”. Cuanto más me interesaba, mejor tocaba, me fluía naturalmente. Quería ser guitarrista profesional. Admiraba muchísimo a Santana, obviamente que ya habíamos escuchado a Aquelarre y tratábamos de tocar sus cosas. Me impresionaba mucho Manal… Desde el principio, tocaba con una Gibson 335 en esa época. Yo no aprendí a tocar en la guitarra clásica, la evolución fue completamente al revés. Empecé con la eléctrica, cuando el grupo Redd hacía sus primeras apariciones y con Luis Albornoz estábamos muy interesados en conseguir instrumentos que pudieran desarrollar el sonido de un Eric Clapton, de un BB King, de Carlos Santana, creador de la primera Yamaha SG2000, la guitarra más revolucionaria del mundo en la historia.
- ¿Arrancaste con el rock y luego desembarcaste en el folclore?
- Desde el principio toqué folclore. Me encantaba la idea de poder hacer algo que no había escuchado. Tango con guitarra eléctrica era muy frecuente; la primera vez que escuché a Salgán y De Lío quedé enormemente sorprendido, pero en esa época, tocar folclore en forma solista en guitarra eléctrica me pareció un hermoso desafío. Las obras clásicas de Ariel Ramírez, el Cuchi Leguizamón, Yupanqui, que están en mi disco “Expresiones”, eran un desafío tocarlas con guitarra eléctrica sin cambiarle la esencia. Descubro que el sonido tímbrico era perfectamente variable y no tenía por qué tocar una guitarra criolla. Ariel Ramírez había utilizado el clavecín y pidió que no fuera cualquiera, él quería el mismo modelo y marca que tiene menos octavas, que había utilizado Bach y que sólo lo tiene el monasterio de Santa Cecilia, en Roma. Entonces, yo me dije: “un clavicémbalo y una guitarra acústica son exactamente lo mismo, no tiene por qué ser una guitarra criolla”. Creo que los grandes creadores del folclore a los que admiro, han ido rompiendo las estructuras y no se han quedado en los convencionalismos sociales. Comienzo entonces a hacer folclore con guitarra eléctrica.
- ¿Qué te llevó a construir guitarras eléctricas con cuerdas de nylon?
- Empiezo como un experimento, la idea era tratar de hacer lo que otro no había hecho. No había guitarras con cuerdas de nylon, surgieron algunas marcas posteriores pero con características muy distintas. Me cargaban los músicos amigos porque desarmaba este tipo de guitarras. Comencé calibrar, luego me animé a comprar instrumentos muy costosos, era mucho el sacrificio que hacía para desarmarlos íntegramente y me metí a leer y estudiar mucho. Existían 2.000 modelos distintos de eléctricas. Me pasaba horas desafiando la física. Estudié cómo eran las tensiones y se trasmitían a través de la física sónica por mi propia cuenta y después de estudiar los casi 2.000 modelos y los muchos libros que he podido conseguir, mostrando la incidencia de un sonido en un diseño, llegué a pensar que estaba todo hecho. Pero mi forma de ver poco convencional, me llevó a generar algo que pudiera satisfacer al músico, vi que no había guitarra eléctrica de cuerdas de nylon.
- ¿Cuándo se produce la parición?
- Llega en 2000, ya había adquirido los conocimientos necesarios para decir: “esto quiero, esto no hay”. Compré el material que podía encontrar y logré un instrumento muy interesante; siendo una necesidad de todo músico tocar a tempo, tanto en lo melódico como en lo armónico, no existía ningún preamplificador activo que permitiera con un solo toque variar completamente el sonido. Había que subir, bajar o girar muchas perillas. Entonces con el ingeniero electrónico Guillermo Filippone, gran amigo, nos pusimos en la tarea de diseñar una electrónica activa, un secuenciador digital de tono, que permite con una sola pulsación de un switch, cambiar de sonido de acompañamiento a uno de solista, lo cual no es poco. Así es como surge la segunda guitarra que fue una serie de ocho, una de ella la tiene Carlos Podazza, gran maestro.
- ¿Cómo llega a interesarse Aristimuño por una de tus guitarras restauradas?
- Lisandro no me conocía ni a mis guitarras tampoco. En julio de 2016 vio la publicación que venía efectuando yo en internet, sobre una Gibson Les Paul Custom Shop reedición 1959, única en el mundo en estado de 0 Km, restaurada íntegramente por mí con componentes originales Gibson vintage, que en la Argentina no se consiguen. Él tenía que dar ese mes un recital acá, en el teatro Alberdi. Vino a casa, acompañado de su manager, y se enamoró al verla. Me pidió que la tocara y luego se mandó un microconcierto. Decidió comprarla en ese mismísimo acto. Y recién entonces le saco un par de las construidas por mí. Él que es muy tranqui, estaba loco, indeciso. Y dijo: “la Les Paul 59 es la guitarra más deseada del mundo, es el Santo Grial de las violas, pero lo que vos construyes no lo he visto ni escuchado en el mundo entero, ¿qué hago?” Al final, me compró la Gibson.
- ¿Qué sentimientos cardíacos te pulsa la guitarra?
- La vivo como una grata obsesión, me ha costado muchos desvelos, tiempo de mi vida poder atender a su majestad, la guitarra, como creo que ella se merece, pero al mismo tiempo, es una dominación en feedback: ella ocupa mi mente, mis sentimientos y me proporciona sentimientos maravillosos, pero yo soy el piloto, el que le digo qué quiero que cante para mí, soy su capitán, hay entre ambos una hermandad.
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