"Tengo el mismo entusiasmo por el amor y por el erotismo que cuando tenía 50 y cuando tenía 20"
Santiago de Chile, enviada especial. Es una mañana de martes en Providencia y el sol se burla de la tormenta anunciada por el servicio meteorológico que nunca llegó. La mujer se asoma hacia el hall de distribución del primer piso en el apart hotel en el que se hospeda por estos días. Es muy chiquitita, Isabel Allende y luego de saludar con simpatía, hace bromas con su altura, todo el tiempo. A los 75 años, transmite una vitalidad sorprendente; es una especie de campanita que revolotea por aquí y por allá. Coqueta, bien vestida, profesionalmente peinada y maquillada, sonríe mucho y tiene una gracia natural que le hace buscar siempre la palabra o la imagen adecuada; todo lo responde como si en lugar de una entrevista, la conversación fuera una charla íntima con quien le hace las preguntas. No responde automáticamente: todo lo cuenta, lo relata, lo narra y siempre acompaña el tono del habla con las manos. Y con los ojos.
Isabel Allende nació en Chile y vivió en todo el mundo. Hace más de tres décadas vive en California, Estados Unidos. Vive sola, en una casa mucho más chica de las que vivió siempre: en 2015 se separó de Willie Gordon luego de 28 años de matrimonio y la decisión fue ésa, achicarse. Hoy se ríe de su experiencia con el sexo masculino. "Los hombres son como un proyecto, una siempre cree que los va a mejorar", explica con picardía. Cuando imaginaba que podía llegar la hora del crepúsculo amoroso, un hombre de su edad, un estadounidense, la escuchó hablar por radio y comenzó a cortejarla. Ese hombre, Roger, acaba de vender su propiedad en Nueva York y en estos días va a mudarse a la casa de la autora de La casa de los espíritus, para intentar una vida en común. "No teníamos tiempo que perder", dirá Allende, quien espera ese momento enamorada (un estado inesperado) pero con cierta lógica cautela. También con esto bromea: "Hacer el amor en inglés es terrible: hay que pensar cada palabra que dices…".
Llegó a Santiago para presentar su nueva novela, Más allá del invierno, cuyo título se desprende de una frase de Albert Camus ("En medio del invierno, aprendí por fin que había dentro de mí un verano invencible"). La novela -publicada por Penguin Random House- gira alrededor de tres personajes que por casualidad terminan unidos en Brooklyn, durante una tormenta de nieve, y con la necesidad de tomar una decisión crucial vinculada con un crimen. Se trata de Lucía (una académica chilena, de edad madura), Richard (un profesor estadounidense, también mayor) y Evelyn, una jovencita guatemalteca e indocumentada, tres personajes de diferentes nacionalidades y experiencias que atraviesan un invierno en sus vidas. El paso del tiempo, la culpa, el amor crepuscular; las desapariciones, las pandillas violentas centroamericanas, la trata de personas, la violencia doméstica, la inmigración, el narcotráfico y las adicciones son algunos de los temas de una novela que deja como mensaje una idea madre: siempre se puede volver a comenzar.
Al día siguiente de la presentación de Más allá del invierno en la capital chilena, Infobaeconversó sobre diversos temas con la gran escritora cuyas novelas llevan vendidos 65 millones de ejemplares en todo el mundo y fueron traducidas a 35 idiomas. Una escritora fenómeno, que no deja de llegar al corazón de sus lectores, y que durante la charla habló de su flamante libro, de sus padres centenarios, de su nuevo amor, de las pérdidas, de política internacional y de los derechos de las mujeres. A continuación, la reproducción de ese diálogo frondoso y lleno de sorpresas.
— En Más allá del invierno hay varios temas tienen que ver con la actualidad social y política más ardiente, como el tema de la inmigración, los indocumentados o las maras. Te escuché decir que cuando comenzaste a escribir la novela no tenías muy claro por dónde iba a ir la historia. ¿Cómo fue ese proceso?
— Yo creo que los temas están en el aire, todos los temas están en el aire. Incluso en el caso de las novelas históricas por ejemplo, por qué me da de repente por escribir una novela histórica sobre un cierto tema. Y es porque hay algo que está en el aire que se relaciona remotamente tal vez con eso y que para mí es una obsesión porque me afecta o porque es una experiencia personal. Cuando escribí Hija de la fortuna yo pensé que estaba escribiendo sobre la fiebre del oro hasta que el primer crítico dijo que era la historia del feminismo. Es la historia de una muchacha en una casa victoriana en Valparaíso que sale a enfrentarse al mundo de la testosterona, de hombres jóvenes, ambiciosos, delincuentes muchos de ellos, que van por el oro. Ella no va por el oro, ella va por amor. Y lo que encuentra en el proceso es su libertad. El crítico entonces dijo que esa era la historia del feminismo en esa primera parte del siglo. Bueno, yo no lo había pensado así. Cuando me lo dijeron me dí cuenta de que yo en realidad había estado escribiendo sobre eso. De manera que los temas están en el aire y de alguna manera los capto, los oigo inconscientemente.
— ¿Tu trabajo como periodista puede haber influido para que cultivaras esa sensibilidad de radar de los temas ?
— Yo creo que sí. El periodismo te da tanto… El periodismo te da primero que nada el contacto con el lector, no perder nunca de vista que tienes un interlocutor. Luego te da la disciplina de que tienes que empezar y terminar las cosas, y de que tienes que hacerlo en un espacio determinado, en un tono determinado. Te da también el entrenamiento para atrapar al lector, la atención del lector, porque compites no solo con otros medios sino también con otros artículos en la misma página. ¿Cómo vas a atrapar a tu lector? Eso te lo da el periodismo. La eficiencia del lenguaje. Cómo vas a usar tu lenguaje para realmente plasmar la emoción que quieres transmitirle al lector. Cuál es el adjetivo que vas a usar, el mínimo adjetivo posible si tienes una buena manera de usarlo. E investigar, conducir una entrevista. Todo eso que está en el aire y que a mí me sirve mucho en la literatura.
— Siempre empezás a escribir un 8 de enero y muchas veces sin saber sobre qué vas a escribir. En este proceso, ¿quedaron muchas historias que no salieron y que alguna vez retomás más adelante?
— No, no, nunca empiezo algo que no termino. Pero hay historias que no he empezado y que se quedan latiendo. Estábamos hablando de Hija de la fortuna, cuando yo llegué a los Estados Unidos en 1987, vivía en San Francisco; y me di cuenta de que San Francisco era una ciudad sofisticada, preciosa, llena de diversidad, todos los olores del mundo, todas las religiones, todas las razas, todo ahí era muy nuevo, no tenía ni siquiera 150 años de vida la ciudad. Y había sido formada por la fiebre del oro, sin la fiebre del oro no habría existido. Entonces quise escribir esa historia entonces, pero no estaba preparada para hacerlo porque ni siquiera hablaba buen inglés, no sabía por dónde empezar. Y después que escribí El plan infinito mi siguiente proyecto era Hija de la fortuna y ya tenía gran parte de la investigación. Y en eso se enfermó mi hija… Vino la muerte de Paula y se trastornó todo y no pude escribir ese libro hasta mucho después. Pero estaba como pendiente en el aire. Tengo ahora un proyecto para el próximo año, que lo tengo pendiente yo diría desde hace 4 años por lo menos. Esperando, esperando, que se dé la madurez del proyecto para empezar a escribir.
— De estos tres personajes centrales de Más allá del invierno ¿Había alguno que te estaba dando vueltas?
— Bueno, el tema que estaba en el aire en ese momento eran los inmigrantes. Que se los llama inmigrantes, indocumentados, pero son verdaderamente refugiados y gente que viene escapando de situaciones extremas. Nadie deja su aldea, su familia, su lengua, sus costumbres, para aventurarse en un mundo hostil si no es por absoluta necesidad. Y muchos de los que llegaron ese año justamente a Estados Unidos eran menores de edad. Y los atrapaban en la frontera, por supuesto ¿Y qué se hacía con ellos? Los encerraban aquí, allá, a muchos los deportaban. A la Fundación que yo dirijo le tocó actuar con organizaciones que ayudaban a estos niños. Entre otras, una organización de 10 mil abogados americanos que prestan su trabajo voluntario para representar a estos niños en las Cortes. Porque resulta que llega un niño de 5 años que no habla inglés, no sabe ni dónde está parado, con un osito de peluche en la mano, a enfrentarse a un juez americano. ¿Qué sabe ese niño? Si no tiene un representante legal está perdido. Cualquier criminal de la peor especie en los Estados Unidos tiene derecho a representación legal, porque es ciudadano, pero estos niños no son nada, flotan en un limbo. Me tocó ver muy de cerca casos como el de Evelyn. Y peores, a veces son tan terribles los casos que no los puedes poner en un libro porque resultan increíbles. Y el lector no solamente no lo cree sino que lo rechaza. A veces, la realidad es mucho peor de lo que uno puede contar. De manera que a Evelyn ya la tenía en el caso de los refugiados. Esto era antes de Trump; después viene Trump como candidato y se convierte en tema. Pero eso no quita que ya el libro estaba a medio hacer.
Nadie deja su aldea, su familia, su lengua, sus costumbres, para aventurarse en un mundo hostil si no es por absoluta necesidad
— Ya tenía forma, claro.
— Y los otros dos personajes también los tenía en cierta forma pero no eran predominantes, no eran tan importantes. Lucía tiene mucho de muchas amigas mías que vivieron experiencias similares, periodistas chilenas de mi generación, y más jóvenes, que vivieron el exilio… Y algunas de ellas han escrito sobre la experiencia de la dictadura y todo eso. Y el personaje de Richard es una combinación de dos personas, mi hermano Juan y un amigo adorado que tengo que es así, igualito.
-Los tres personajes han atravesado tragedias personales. Evelyn creció en una Guatemala violenta y parte de su familia muere víctima de las maras. En el caso de Lucía, tiene un hermano desaparecido en Chile durante la dictadura de Pinochet pero también viene de sufrir un cáncer. Y en cuanto a Richard, la suya es una tragedia que nos deja sin palabras: lo peor de la vida lo tiene como protagonista. ¿Todo esto es creación? ¿Son historias que escuchaste?
— En parte creación, pero en parte uno escucha pedazos por aquí, por allá y los pego. El caso de Richard pegué dos historias, una que acababa de pasar cerca de mí, de un bebé que murió con el síndrome de cuna, de muerte súbita. Y destrozó prácticamente a la hija de una amiga, una mujer que había estado tratando de tener hijos por un montón de tiempo, hizo todos los tratamientos de fertilidad, nace una niñita preciosa y se les muere antes, inexplicablemente. Bueno, esa mujer quedó destrozada, absolutamente destrozada. Y el caso del tipo que por alcohólico atropella a su niño, también lo conozco.
— ¿Cuándo sabés que un libro ya está terminado?
— Cuando me canso, cuando ya me doy por vencida porque le he dado 10 mil vueltas y digo ya, ya lo puedo ver. O sea, lo leo y no veo un defecto. Ahora tengo una editora en Estados Unidos que habla español; por primera vez en Estados Unidos mi editora pudo leer el libro original. Entonces pude conversar con ella sobre el libro. Eso me ayudó mucho.
— Decís que sos feminista desde antes de que existiera el feminismo, pero ¿qué pasa con los hombres en este momento en el que las mujeres avanzan tan fuerte en el reclamo por sus derechos? En el caso de Richard, por ejemplo, aparece un costado femenino suyo. Me gustaría una reflexión sobre esto.
— Yo creo que Richard es sobre todo una persona asustada, podría ser hombre o mujer. Una persona a quien el trauma en vez de darle valor para enfrentar la vida como les pasa a algunas personas traumatizadas, lo asusta y lo hace meterse para adentro y protegerse por todos lados para que los recuerdos no lo asalten y para que la vida no le presente ninguna tentación en la que él pueda volver a cometer un error tan grave. Por eso no toma alcohol, vive protegido por todos lados. Hasta que se presenta el caso que el centro de la novela y el tipo tiene que tomar una decisión. La decisión lógica en una persona como él sería no meterse, para nada. Llamar a la policía y no meterse. Y toma la decisión contraria y yo creo que lo hace porque está ya un poco fascinado con Lucía. Entonces él toma la decisión de abrir el corazón y al hacerlo le cambia la vida, se abre a la solidaridad, al amor, a todo. Y sale de ese invierno en el que estaba. Richard es un personaje para mí muy fuerte porque le ha pasado de todo y porque es capaz de hacer ese salto.
— ¿A Isabel Allende le pasó de todo?
— No, de todo no; me ha pasado mucho pero no me ha pasado de todo, a mí nunca me han torturado. No me han desaparecido un hijo. No me han pasado cosas horrorosas que le pasaron a la gente. Nunca me ha golpeado un hombre. Mi Fundación trabaja con tres temas, derechos reproductivos, violencia intrafamiliar, o violencia en general contra la mujer, y ayudar a las mujeres a tener educación o un trabajo que les permita mantenerse. Entonces, si tú no tienes autonomía sobre tu cuerpo y si tú vives asustada y sometida y si tú no te puedes mantener sola, no hay feminismo que valga. Puedes tener toda la teoría que quieras, pero sin esas tres cosas básicas, control sobre el cuerpo, sobre el intelecto y sobre tus finanzas estás fregada.
— ¿Qué opinás del fallo del Tribunal Constitucional en relación a la despenalización del aborto por tres causales que acaba de producirse?
— Es el primer paso importante, muy importante, porque Chile era uno de los países más atrasados en el mundo, estaba penalizado el aborto en todas sus formas y en cada caso. Lo que no impide que haya miles de abortos clandestinos todos los años y 30 mil casos en los hospitales de gente que llega por problemas ocasionados por abortos mal practicados.
— En 2014, Helia Molina, la entonces ministra de Salud de Michelle Bachelet, debió renunciar luego de decir que las familias con dinero podían pagar los abortos en clínicas seguras.
— Es la verdad, es la verdad. Esos mismos senadores que votan en contra, si les pasara que una hija o una nieta suya fuera violada y quedara embarazada, ¿tú crees que las dejarían tener ese hijo?
— Sin duda, no.
— Sin duda, recurrirían a lo que fuera. Y tienen los recursos para hacerlo. Las que están fritas son las personas sin recursos.
— Recién decías que Richard es un hombre que ante el trauma se encierra en sí mismo, en lugar de tomar más valor. Cuando pasó lo de tu hija Paula, ¿eso te dio valor para algo o también te encerraste durante un tiempo?
— No, primero me abrí porque lo conté. Lo he contado. Al compartirlo te das cuenta que todo el mundo tiene dolores, que tú no eres ningún caso excepcional. Porque hay una tendencia a preguntarse ¿por qué me pasa a mí? Bueno, ¿y por qué no? ¿Por qué no te va a pasar a tí? Y me dio una cosa que es maravillosa y que me ha servido mucho desde entonces: me quitó el miedo. ¿Qué cosa peor me puede pasar? Ya me pasó, ya lo sobreviví y lo sufrí a fondo. Y no hay nada malo en el sufrimiento, se puede salir de eso, también hay verano invencible en la mitad del sufrimiento. Cuando me separé de Willie la gente decía: "bueno, por Dios, qué horror, imagínate, a tu edad". No era ni un diez por ciento de lo que me pasó con Paula así que lo pasé volando. Volando.
— Y estás enamorada de nuevo.
— Ahora estoy enamorada de nuevo y espero que me resulte, espero que el pobre hombre no sufra conmigo.
— ¿Por qué crees que, en general, deserotizamos a la gente grande?
— Yo creo que es porque la naturaleza provee que vivamos para reproducirnos y deberíamos estar muertos después de los años reproductivos. Y después de que hemos ayudado un poco a cuidar a los nietos, ya como que no tiene sentido seguir viviendo. Pero gracias a la medicina, a la tecnología y a lo que sea, estamos viviendo cada vez más. Resulta que la vida que antes terminaba a los 50, ahora termina a los 90. ¿Qué haces con esos 40 años que sobran? Sobran en la sociedad. La gente está jubilada, no tiene propósitos, no tiene medios, generalmente se empobrece tremendamente, tienen que ser mantenidos o por los hijos o por los nietos o por el Estado, en pésimas condiciones. La vejez se pone muy fea, muy triste y muy sola. Hay casos excepcionales, como mis padres que viven como príncipes, pero es completamente excepcional. Entonces es como la gordura, que la sociedad no quiere verla, ¿te fijas? O las deformaciones, o las enfermedades mentales, que como no le conviene a la naturaleza nada de eso yo creo que nosotros lo descartamos. Y hay una obsesión con la juventud.
— Pero hay erotismo en la edad mayor.
— Yo no puedo generalizar porque no puedo hablar en general y decir bueno, toda la gente de 75 años está erotizada, sería una generalización un poco arriesgada. Yo solamente puedo hablar por mí y puedo decir que tengo el mismo entusiasmo por el amor y por el erotismo que tenía cuando tenía 50 y cuando tenía 20, eso no cambia. Lo que cambia son las etapas de la vida en las que te pasan cosas. Si estás en una relación matrimonial que no funciona, bueno, seguramente tu calidad erótica será bien baja, bueno. Y si eres mucho mayor y estás en una relación nueva, porque estás enamorada, será mayor.
— Pero como pasaría en cualquier momento de tu vida.
— Exactamente, te pasaría igual a los 40. Hay otra cosa, las viejas como yo… yo uso hormonas, o sea estrógenos, eso también me mantiene. Eso ya no es natural, o sea, si yo no tuviera esa ayuda y no tuviera la ayuda de estar sana y de tener salud porque me cuido, porque tengo los recursos para tenerla, cuando digo que estar bien cuesta caro es porque cuesta caro. Yo no estaría, seguramente, en la situación física de enamorarme de Roger como me he enamorado porque estaría seguramente mucho más envejecida y más cansada. Hay un estímulo que viene de estar sana.
Cuando digo que estar bien cuesta caro es porque cuesta caro
-Él se está mudando con vos.
— Ay, sí, qué terror (Risas). Acaba de vender la casa, qué terror. Y de deshacerse de todo, y como te decía, en mi casa no cabe nada.
— ¿Ya conoce Chile?
— Sí, lo traje y se lo presenté a mis padres. Entonces mis padres estaban sentados en lo que ellos llaman "el sillón del amor", donde ellos se sientan en la tarde, yo llego con Roger, lo presento. Mi padrastro tiene 101 años. Le digo: "Este es mi nuevo pololo" y el tío Ramón me dice: "Cómo, ¿otro más?"
— (Risas) Como si tuvieras 20 años.
— Se le olvidó el presente a él, y se acuerda solo del pasado, entonces me ve tal vez de, no sé, de 30 años. "Cómo, ¿otro más?" (risas)
— Es una gran historia de amor la que tuvieron tu padrastro y tu mamá, de mucho amor, ¿no? Porque nunca hablas de tu papá.
— Es que mi papá no lo conocí. Porque se fue cuando yo tenía 3 años y la condición para darle la nulidad matrimonial a mi mamá fue no volver a mantener ni ver a los hijos. Así que no volvió nunca más. Pero mi padrastro ha sido mi padre.
— Claro.
— Ellos se enamoraron. Mi mamá estaba sin marido porque se había ido mi padre, con 24 o 25 años y tres hijos. Cuando mi padre se fue, mi mamá tuvo que volverse de Lima a Chile a la casa de mi abuelo. Y el tío Ramón, católico, casado, con cuatro niños. La señora no le dio la nulidad nunca, y se murió de 90 años. O sea que recién cuando se murió la señora y él quedó viudo pudieron casarse con mi mamá. A los 90 años. Habían vivido más de 60 años juntos antes de poder casarse. Ese era el Chile de entonces. La Iglesia Católica fue la que impidió que hubiera divorcio en Chile. Tal como impide el aborto, tal como impide muchas otras cosas, el matrimonio gay y todo lo demás. Entonces, yo entiendo que la gente que es católica o la gente que tiene principios religiosos de esta clase no toma esas opciones, pero hay separación del Estado y de la Iglesia, no tiene por qué imponérsele eso a las leyes del Estado.
— ¿Qué te pasa con las mujeres que dejan de teñirse y se empiezan a dejar el pelo blanco?
— Las admiro profundamente. Pero yo no pienso hacerlo todavía.
— (Risas) ¿Qué te parece?, ¿que es un gesto valiente?
— Te voy a decir que empiezan a dejárselo blanco bastante tarde, no creas que empiezan a los 50 años. Y llega un momento en que se ve un poco ridículo también la cara llena de arrugas y el pelo color azabache. Y yo tengo que ir considerando esa posibilidad. Pero por el momento no quisiera.
— En tu novela aparece también el personaje de Daniela, la hija de Lucía, como una chica queer y representante de los derechos LGBT. Es también un tema muy presente hoy.
— Es muy actual y las feministas están con eso ahora también. O sea que a mí me toca de cerca.
— ¿Y cómo vivís ese cambio tan radical en el que, de pronto, los chicos dicen "hoy me identifico con este género pero no sé si es definitivo"?
— Yo tengo el mayor respeto por eso. Porque creo que si tú eliges ser de otro género bueno, ya está, hay que respetarlo. A mí no me escandaliza para nada esa cuestión.
— No te escandalizaría ni siquiera si un nieto…
— ¡La tengo! El personaje de Daniela es copiado de una nieta mía, y la adoro. Copiado exacto de ella. Uno aprende mucho de ella. Pero además aprende a estar en el mundo, en el mundo actual. Porque uno puede quedar en el mundo de mi mamá. Explicarle todo esto a mi mamá es posible porque mi mamá es muy abierta de mente, pero le choca. Le choca y le cuesta aceptarlo.
— ¿Qué cosas te cuestan aceptar a vos, Isabel?
— La tortura. La crueldad contra los animales. El abuso de poder.
No creo en la izquierda de Chávez pero creo en la izquierda, en el socialismo de los países escandinavos
— ¿Te identificás como socialista?
— No, no pertenezco a ningún partido político pero siempre voto por la izquierda.
— ¿Aún ahora, pese a lo que para muchos es el fracaso de la izquierda, luego de la reciente experiencia latinoamericana?
— Sí. Porque no creo en la izquierda de Chávez pero creo en la izquierda, en el socialismo de los países escandinavos y creo que podemos llegar a eso. Creo que el capitalismo ocurre de una manera tremenda que deja marginada a mucha gente y le da privilegios obscenos a otra clase. Y eso me choca.
— ¿Cómo analizás la situación en Venezuela? ¿Ves que existe alguna salida a corto plazo?
— Mira, yo creo que hay una gran diferencia y una gran distancia entre la ideología de lo que Chávez trató de hacer con la Revolución bolivariana, que era una revolución fascinante en muchos aspectos, que incorporaba a una parte del pueblo venezolano que había sido completamente marginalizada. Cuando yo llegué, Venezuela era el segundo país más rico del mundo, después de Arabia Saudita, por el boom del petróleo. Pero tenía poblaciones marginales de extrema pobreza; el poder y el dinero se lo repartían entre dos partidos, el Copei y el Adeco y se olvidaron del pueblo. La corrupción era rampante, para qué te digo cómo era. Y viene Chávez, crea la revolución bolivariana y entre la idea y la práctica la cosa degeneró. Y ahora tenemos una crisis brutal, en la que hay una oposición mayoritaria que trata de defender la democracia y trata de oponerse con métodos democráticos, votando. Vota el Congreso, ganan dos tercios del Congreso y entonces viene el Estado y le quita el poder al Congreso. Vamos caminando a un Estado policial, a una dictadura en la que ya no se respetan las instituciones, en la que se violan los derechos humanos y se mata gente en la calle. Es una crisis violenta que puede terminar en cualquier cosa. No creo que haya guerra civil porque no sé si los militares se van a dividir, y cuando el tonto de Trump amenaza con mandar a los marines, lo que hace es unir a los militares en torno a Maduro porque qué otra cosa van a hacer. Yo creo que la salida, la única salida posible, que tiene que ser una salida negociada como la que hubo en Colombia con las FARC, puede empezar con una intervención latinoamericana.
— Cuando decís intervención estás hablando de una intervención…
— Diplomática. Una intervención diplomática en la que los países latinoamericanos, que no todos van a estar de acuerdo, sabemos, pero la mayoría de los países latinoamericanos pueden presentar opciones diplomáticas. Una vez que se pongan de acuerdo en esto ya veremos cuáles son las opciones. Pero ayudar al proceso democrático, a defender la democracia, y a dar una salida honrosa a la situación. Porque la salida no puede ser que metan presos y maten a todos los que están en el gobierno ahora. Eso tampoco puede pasar. Y yo tengo esperanza. Chile tiene grandes dirigentes, estaba pensando ayer en Ricardo Lagos, en gente como él, que son grandes cerebros y que tienen peso internacional. Esa gente puede hacer algo.
— Siempre y cuando los quieran escuchar.
— Mira, yo creo que en algunas situaciones el gobierno venezolano está con el agua al cuello. El país está en una crisis económica atroz y está inmanejable. Tienen que encontrar una salida porque tampoco esto puede prolongarse demasiado.
— ¿Y en Estados Unidos? ¿También hay que pensar allí alguna salida?
— En Estados Unidos las instituciones democráticas han logrado parar muchas de las iniciativas de Trump. Es muy peligroso, nada más que la posibilidad de que pueda declarar una guerra nuclear es pavorosa para el planeta, y el tipo es completamente irracional. Ignorante además, no sabe del mundo, no sabe de política, no sabe nada. Es un hombre de negocios inescrupuloso, amoral, es el presidente que tenemos, el hombre más poderoso del mundo. Pero yo supongo, y espero, que la gran y sólida democracia americana logre contenerlo.
— ¿Lo conociste personalmente?
— No.
— Si te invitaran a ir a un lugar donde él está y pudieras decirle algo, ¿qué le dirías?
— Yo le diría que se vaya a su casa. Que se vaya a sus negocios a hacer plata, que para eso sirve.
— ¿Por qué seguís viviendo en Estados Unidos?
— Llevo 30 años en Estados Unidos. Primero estaba en Estados Unidos porque estaba casada con un americano, pero ahora vive mi hijo, nacieron ahí todos mis nietos, ahí está mi fundación, mi trabajo, todo está en Estados Unidos para mí. Y ahora tengo a Roger, imagínate. A Roger sí que no lo voy a poder traer a Chile, eso sería imposible (Risas).
—Seguís sintiéndote chilena pese a que desde siempre viviste en diversos países.
— Sí, y eso no sé por qué, porque he vivido menos en Chile que en cualquier otra parte.
— Por eso te preguntaba. ¿Y por qué pensas que es así?
— No sé, yo creo que las raíces de la infancia son muy poderosas. Lo que recibes los primeros 7, 10 años de tu vida, te marcan para siempre. Y esos primeros años de mi vida fueron en la casa de mi abuelo. Los valores de mi abuelo, la voz de mi abuelo, me formaron. Y me ha servido mucho. Pero ahora, ya vieja, ya no me sirve. Me sirvió para salir adelante y para sobreponerme a tanta cosa: la disciplina, el no quejarse, el no pedir nada, el ser autosuficiente, la integridad absoluta, la honestidad, todo eso lo heredé de mi abuelo que me lo metió en la cabeza, de alguna manera. Pero llega un momento en la vida que hay que relajarse y ya no se necesita tanta disciplina ni cosas tan absolutas. Se puede empezar a pasarlo bien, digo yo.
— ¿Qué cosas te quedaron por hacer, qué deudas tenés con vos misma?
— Me hubiera gustado hacer más ejercicio.
— ¿Sí? Ser una deportista.
— No una deportista porque el deporte me da terror, pero ser…
— Menos sedentaria.
— Menos sedentaria. Pero yo pasé de chica metida en los libros, después metida en la escritura, investigando. O sea, lo mío es todo tan intelectual. Me hubiera gustado jugar más, aprender a jugar.
— Debes estar muy cansada.
— No, nada cansada. Dormí anoche.
— Pero sí debes estar cansada de que te preguntemos todos lo mismo.
— No, no, no preguntan todos lo mismo.
— ¿No?
— Para nada.
— Te agradezco muchísimo.
— A tí.
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