Ronnie Arias: "Pensé que iba a quedar mudo"


Entrevista
Viene de vencer al cáncer y de escribir sus memorias. Dice que vivió mil vidas: de mecánico a veterano de Malvinas. Retrato de un inquieto.

El dilema es en cuál de las vidas de Ronnie Arias profundizar. En la del pibe fotógrafo y periodista de Revista Venus. En la del cantante en bares de Berlín y Nueva York. En la del cadete de Coca Cola. En la del adolescente que limpiaba la perfumería “Chiche” de Avenida Nazca. En la del que a los 15 abandonó la escuela y a los 16 se fue de la casa. En la del ex combatiente de Malvinas. En la del amante de la mejor amiga de su madre. En la del experto en rectificación de cintas de frenos y ayudante del taller mecánico “Roque”. O en la historia del que no faltó ni a una sesión de rayos, de las 42 que mataron al cáncer. La foto que acompaña esta nota es la metáfora de Horacio Jorge Arias: “Me gusta pararme en los escombros y construir algo nuevo”.
A Ronnie le “robaron” la identidad a los ocho años. Gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. En la partida de nacimiento figuraba como Rony, pero “no se podía tener un nombre extranjero”. La nefasta solución la dio una mujer policía que fue al colegio a tramitarle la cédula: “¿Cómo se llama el padre?”, preguntó la uniformada. Heraclio Horacio. “¿Y el tío?”, repreguntó. Jorge Oscar. “Listo, se llama Horacio Jorge”, relata con muecas grandilocuentes el protagonista. “Pero ese no soy yo. No soy Horacio. Una vez una psicóloga dijo que había que dejar de llamarme Ronnie. Y mi mama le contestó: ‘’No, por algo le puse yo ese nombre de artista’”.
Cuando nació, le ataron al cuello una cinta celeste de raso, con moño incluido. “El socio de mi viejo era un gringo, Rony, y mi vieja dijo: ‘Si es rubio y de ojos claros, se va a llamar así’”. Para su madre orgullosa, el tono del iris de Ronnie tiene nombre: zarco. Un término que proviene del árabe y define esa clase de azul de otro mundo.
Acaba de escribir un libro sobre su “infancia pop”, que publicará en 2017. Anotaciones que fueron acumulándose mientras toreaba a la enfermedad de su garganta. En ese lapso, bajó de peso. Apenas se alimentaba de proteínas líquidas. Tosía con sangre. Dos años de tratamiento hasta curarse. “Nunca tuve miedo a morirme. La opción muerte no estuvo en mi cabeza. Nunca. Pero sí pensaba mucho en lo que podía significar quedarme mudo”, se anima.
Ronnie, un tipo divertido a pesar de los problemas. (Foto Emiliana Miguelez).
Ronnie, un tipo divertido a pesar de los problemas. (Foto Emiliana Miguelez).
-Mudo, justamente vos. Una paradoja… -
Detesto a los mimos, así que imaginate. Igual me lo tomé con mucha filosofía. Tengo pila de cuadernos donde escribía. Tenía que buscar una forma de expresarme. Me decían: “Debe ser que hay algo que no podés decir” ¡Pero era imposible que fuese algo que yo no estaba diciendo! Era físico. Hay algo que no estaba funcionando en mi fonación. No en mi cabeza.
-¿De qué manera te diagnosticaron?
-Hacía clases de canto. Una profesora me exigió mucho en falsete. Quedaba disfónico y le dijeron: “Le estás lastimando las cuerdas”. Me dio pánico. Y no volví más. Estaba haciendo el programa un día y quedé afónico. En la primera visita al médico, dijeron: “75% de posibilidades de cáncer”. La primera biopsia dio bien. La segunda, no sé. No fui a buscar el resultado. Este tiempo sólo supo del cáncer Pablo (su pareja), que me acompañó en todo. Y dos o tres amigos.
-¿El secreto no era una mochila demasiado pesada?
-No lo pensé. Soy un toro, no pienso. Hago lo que hay que hacer. Había que apechugar. Mi viejo, mi segundo padre, el primero murió a mis cuatro años, la estaba pasando mal y no podía decirle. Un día, él rompía los huevos con eso de que se iba a morir. Lo agarré en la puerta del baño. Y le dije: “¡Dejate de joder! ¿De qué creés que me acabo de curar?”.
La casa de Ronnie tiene paredes amarillas y objetos de toda la paleta de colores. Su pareja sirve pastel de lima casero y escucha admirado. Es que el “cuentakilómetros” del ex productor de Susana Giménez y ex guionista de Antonio Gasalla marca 54 años en la teoría, pero “ciento veinte vidas” en la práctica. “La verdad: Susana ni sabe quién soy”, se ríe. “Te juro. Laburé con ella en la producción, pero es difícil llegar a ella, traspasar a los que la rodean”.
Los datos biográficos se multiplican desesperantemente en su boca. Cuenta que repitió sexto grado por escaparse al cine. Que en el colegio se hizo “a los golpes”: era “el gordito simpático”. No quiere usar la palabra de moda, bullying: “No me gusta victimizarme. Me decían puto. Pero si venías a romper las pelotas, yo te cagaba a trompadas”. El primer beso se lo regaló a Viviana, vecina de enfrente con la que jugaba al doctor en la casa abandonada de la esquina. En 1987 decidió irse a “vivir la vida loca” a España. Paraba en la casa de Cecilia Roth. El hermano de ella, Ariel, lo llamaba entonces “el terror de Malasaña”. Ronnie salía de “juerga”, de ocho a ocho. Probó como cantante, con un show de bolero y tango bautizado Down Argentina Way”. En la Argentina todavía le esperaba el sketch del ciclo "Jugate conmigo", de Cris Morena. Lo descubiría Romina Yan, quien en 1994 lo escuchaba en radio Energy, junto a Bebe Sanzo.
Con una vida tan rica, en Wikipedia hay un dato irrelevante, pero pintoresco: fue amante de la amiga de su madre… Nunca lo leí. No me gusta leer cosas mías, así como no me gusta verme. Tuve tres mujeres y las tres me duraron. Era medio morboso ese dato si lo querés... muy de película yanqui. Ella empezó a visitarme en la colimba, me llevaba a tomar algo. Y un día… se dio. Y siguió un año.
En la puerta de La 100. (Foto Emiliana Miguelez).
En la puerta de La 100. (Foto Emiliana Miguelez).
-La colimba en época de Malvinas. Soldado clase 62. ¿Tenés esa tristeza eterna de los que volvieron?
-Soy la cabra del monte, sigo avanzando. No me detengo. Así tomé también mi enfermedad. Uno no puede quedarse atado, porque no crece. Me genera tristeza, claro. Fuimos un pueblo muy engañado. Mantengo contacto con varios ex combatientes. Yo me salvé y no viajé, pero nos llevaban a Palomar, asustándonos de que nos llevaban al Sur. Nos tenían con los huevos en el cuello. Con un chico yo mantuve una relación en la colimba.
-¿Cómo fue la huída de casa a los 16?
-No podía vivir más con tanta mujer. Cuatro hermanas, madre, tía. ¡Era la casa de Bernarda Alba! Primero mi vieja me odió. En 1978 era complicado ser gay y vivir. Tenía que volar.
-Con la voz recuperada: ¿Por qué vas a brindar a los gritos en estas fiestas?
-Por mis vacaciones con Pablo y mi mamá, en Barcelona. Yo odio verme, pero me gusta escucharme. Fernando Peña siempre dijo que yo tenía una voz de mierda. Gasalla decía que le gustaba mi voz aguardentosa. Cuando me veo me encuentro miles de defectos. Quisiera tener pelo, ser alto, tener pómulos. Prefiero refugiarme en la voz

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