Cirque du Soleil: detrás de la carpa
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Teatro
La compañía llega por sexta vez a Buenos Aires para presentar “Kooza”, una suerte de homenaje al antiguo circo. Toda la intimidad de la puesta.
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Montevideo. Enviado especial
Como un felino que se retuerce y llega a lugares inalcanzables para un ser humano común, la acróbata rusa estira sus extremidades durante una hora y media. Sus piernas pasan por detrás del cuello; sus pies llegan a tocar su cabeza. Y eso que es el calentamiento previo para el ensayo.
A su lado, el protagonista del show entrena a su futura reemplazante en los detalles de su personaje, Inocente: repite una y otra vez una escena, un gesto, un movimiento de manos. Kooza, el nuevo espectáculo delCirque du Soleil, se prepara para una nueva función en Montevideo antes de desembarcar en Buenos Aires el 21 de abril.
Cuando la gran carpa azul y amarilla abra sus puertas en Costanera Sur, Kooza se convertirá en el sexto show que la compañía canadiense -creada por los artistas callejeros Guy Laliberté y Daniel Gauthier en 1984- presente en suelo porteño.
La trastienda del circo más prestigioso del mundo es una clara evidencia de que cada pieza funciona con la precisión de un reloj mecánico. La excelencia de la puesta así lo exige. Los mejores en cada disciplina así lo entienden.
Vicente Quirós, experto equilibrista sobre cuerda, practica un largo rato en tierra antes de subirse a ensayar el número en altura. Sexta generación de artistas españoles de circo, cumple a rajatabla la rutina aunque sea funambulista desde los 14 años. “En el alambre nunca hay un límite, siempre hay que ensayar. Aunque aprendas y lo hagas bien, el cuerpo humano siempre se olvida. Es un equilibrio muy difícil. Antes de subirme al alto, calenté una hora en el bajo”, confiesa.
Como la de Quirós y sus hermanos alambristas Roberto y Angel, hay una historia detrás de cada acto. Por ahí anda el colombiano Jimmy Ibarra, otro de raíces circenses que cada noche le pone el cuerpo al cuadro más peligroso del show: la Rueda de la Muerte. “Mi abuelo y mi padre tenían un circo. Ahí crecí, estudié, me hice. Era un buen circo. Hasta que mi padre, el dueño, tuvo un accidente y falleció. Ahí volví a empezar de cero con esta vida. Y a los 14 años comencé a entrenar con la rueda de la muerte”, cuenta. Luego explica cómo se considera al circo en estos pagos. “El circo en Sudamérica está muy mal visto. Ser circense en Sudamérica, hablando vulgarmente, es ser hippie. Pero en Europa, Canadá, Estados Unidos, el circo es una profesión, algo que se estudia, que es bien remunerado y sos considerado artista”.
Tal es el caso del canadiense Joey Arrigo, quien se prepara levantando pesas, elongando y repasando coreografías de baile a pesar de que ya lleva dos años personificando a uno de los protagonistas del espectáculo, el Trickster. “Inocente es el que emprende el viaje a través de Kooza. Y yo, el Trickster, soy el que lo lleva, soy un poco el que maneja los climas del show”, explica. A los 23 años, este bailarín de Toronto que entró al Cirque luego de audicionar entre 2000 candidatos, asegura que está cumpliendo un sueño. “A los cinco años, tenía un show del Cirque en VHS que veía en el living de mi casa, y sabía desde chico que quería estar en ese escenario”, cuenta.
De fondo se oyen los gritos del grupo de báscula. Juegan al voley-cabeza a la espera de su turno para ensayar saltos acrobáticos en el sube y baja. Ahí, el protagonista y coach de la familia es el ruso Vladimir Kusnetzov, un ex deportista de acrosport que tras retirarse, volcó todo su conocimiento y su fuerza a esta disciplina circense. El es la prueba de la efectividad del circo a la hora de reclutar a los mejores.
Nada está librado al azar en el Cirque du Soleil. En el sector de vestuario, un montevideano -contratado para esta parada en Uruguay- plancha con precisión cada pliegue de un traje de raso rojo, mientras uno de los actores mongoles de Charivari (pirámides humanas) se está maquillando cinco horas antes del show. “Acá, todos los artistas aprenden a maquillarse solos”, cuenta Jason Brass, jefe de vestuario. “Viajamos con alrededor de 3000 trajes. Y en cada show, utilizamos cerca de 1000 piezas de vestuario. Hay dos de cada uno, para que la que se use no se desgaste y cada pieza esté perfecta”, explica, y muestra uno de los trajes del Trickster, confeccionado con 1944 diamantes de Swarovski.
En la “carpa detrás de la carpa” se vive un clima de comunidad donde la profesionalidad puntillosa comulga con esa artesanalidad tan propia de un circo. Pertenecer a la elite circense tiene sus sacrificios. Meses y meses de gira y de vida nómada, lejos de la familia y del lugar de origen (los que pueden, llevan a los suyos). “Como el vínculo familiar natal se va perdiendo, el circo es tu familia. Tus amigos llegan a ser como hermanos; las personas que cuidan de ti llegan a ser como tus padres”, sostiene Ibarra.
Claro que tamaño espectáculo itinerante tiene su logística. Mover aKooza por el mundo requiere de 74 contenedores marinos. Basta mirar la “central eléctrica” -el circo se alimenta con su propio grupo electrógeno, no utiliza energía de las ciudades que visita- o los ocho lavarropas que nunca dejan de girar para entenderlo.
Un carro con linterna recorre las sillas de los espectadores desde el mediodía. A una hora de empezar el show, el hombre sigue midiendo la distancia justa entre fila y fila de asientos. Si el carro no pasa, desajusta y acomoda para que lo haga. Tal es el nivel de detalle que se maneja en el circo del sol.
Los invitados VIP degustan canapés gourmet y champán en el tapis rouge (alfombra roja). Faltan pocos minutos para que arranque el pre-show, segmento que pone al público en interacción con los comediantes. Hasta que las luces se apagan. Un barrilete se ilumina en el cielo y aparece la torre que evoca una suerte de kermesse en una plaza. El engranaje Kooza vuelve a girar, aunque ya no se le ven los hilos. Esa es otra historia.
Un viaje por el circo tradicional
Kooza, en sánscrito, significa “caja de sorpresas”. Patrick Flynn, director general y Ron Kellum, director artístico, lo definen como un tributo al circo más tradicional. Ese universo es el que va descubriendo el niño payaso “Inocente”. Guiado -y burlado- por el arlequín “Trickster“, ve desfilar un dúo en el monociclo, equilibristas en altura y con sillas o contorsionistas chinas. Flynn explica que al ser una celebración a las raíces circenses, “buscamos números que se estaban perdiendo en el mundo del circo contemporáneo”. Esa es una de las diferencias con Corteo, el último espectáculo que pasó por Argentina. “La otra es que su creador, David Shiner era un gran payaso. Entonces, el payasismo es un gran elemento”.
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