"Don Giovanni": Un Mozart magistral, vuelve al Teatro Colón
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- 04/04/16
Entrevista a Emilio Sagi.
Emilio Sagi, responsable de la puesta que sube mañana, da su visión sobre esta joya del repertorio lírico, y opina sobre la vigencia del género operístico.
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El regisseur español Emilo Sagi (Oviedo, 1948) no es desconocido entre el público porteño. Descendiente de una notable dinastía de cantantes y artistas de zarzuela, debutó en la Argentina con la puesta de La verbena de la paloma (Tomás Bretón) en la reapertura del Teatro Avenida, en 1988. Su listado de colaboraciones para el Teatro Colón abre con La vida breve de Manuel de Falla (1992) y sigue con Doña Francisquita de Amadeo Vives (1996), I due Figaro de Saverio Mercadante (2012, con dirección musical de Ricardo Mutti) y laCarmen de Bizet que abrió la temporada 2013 con dirección musical de Marc Piollet, el mismo que estará al frente de la Estable en esta producción de Don Giovanni que sube hoy como segundo título de la temporada.
Sagi ha puesto algunos títulos de Mozart (Bodas de Fígaro,Idomeneo, La finta giardiniera), pero este es su primer Don Giovanni. El director da su visión de la obra maestra mozartiana. “Don Giovanni es una ópera bastante complicada. En primer lugar, Mozart lo llama dramma giocoso. Es una cosa tremenda, pero a la vez es efectivamente un dramma giocoso, y debemos tomarlo así. Además, yo creo que Da Ponte conocía muy bien el teatro español, y el teatro español siempre es un dramma giocoso. Los dramas de Lope de Vega, por ejemplo, tienen siempre una parte cómica, que es una herencia del teatro medieval y sus pícaros. Esto también se ve en el teatro romántico. En Don Alvaro, del duque de Rivas, hay dos personajes trágicos y luego toda esa comparsa de taberneras, vendedores y seres que acompañan, pero que no tienen un destino; e incluso en el teatro moderno español, en Valle Inclán, con esa mezcla de drama e ironía, de drama y esperpento.
¿O sea que mantendrá algo español en la ambientación?
Sí, muy español. Yo creo que Don Giovanni es atemporal, y quise trasladarla a la Sevilla de 1950, más o menos. O sea, más cerca nuestro. Es importantísimo que sea Sevilla, aunque no se vea nada de Sevilla. El aire es español, pero a la vez muy austero. Una puesta con pocos adornos; es un receptáculo donde ocurren todas las cosas, con muy pocos cambios. Me interesa marcar con mucha claridad la cuestión social. Don Giovanni es un hombre de alta clase, prepotente. Un señorito andaluz, y como buen señorito andaluz, sabe de formas, de protocolos, y luego hace lo que le da la gana. Y las dos mujeres, Elvira y Doña Ana, también son de alta clase, aunque completamente diferentes. Ana es una señorita de Sevilla a punto de casarse con un joven de Sevilla, y que nunca dice lo que piensa.
Doña Ana es un misterio. E.T.A. Hoffmann sostenía que la dominaba una pasión inconfesable por Don Juan.
Doña Ana tiene toda una apariencia muy correcta, pero la escena de la violación -o no violación- por parte de Don Juan obra como un revulsivo para ella. Nunca ningún hombre, y debido justamente a su posición social, intentó hacer nada con ella. Es muy gracioso ese recitativo del primer acto, cuando ella le describe a Octavio la irrupción de Don Juan en su habitación: “Un hombre a quien en principio tomé por vos”. Es lo que Octavio nunca hizo ni hubiera hecho, por sus prejuicios, por su clase. Y ese recitativo describe lo que a ella, que nunca tuvo una experiencia tan hot, le ocurre por dentro. Pero ella nunca dice directamente lo que piensa.
¿Y cómo es Elvira?
Es todo lo contrario: dice absolutamente todo. Es una mujer arrebatada, que tuvo una relación con Don Juan decisiva para ella, tórrida, de cuatro o cinco días. El otro la dejó en Burgos y ella lo siguió hasta Sevilla, hasta que al final le termina diciendo, arodillada, “soy tu esclava, haz conmigo lo que quieras”. La única mujer que ama de verdad a Don Juan es Elvira: le dice “pérfido monstruo”, “traidor”, lo quiere matar, pero lo ama de verdad. O sea que dentro de los propios personajes está esa cualidad del dramma giocoso. No sólo Leporello es gracioso; también Elvira, con esa cosa tan arrebatada, tiene algo cómico.
Eso también parece muy español, ¿no?
Totalmente. Yo tengo una amiga que trabaja conmigo como vestuarista, que dice que una española enamorada es capaz de todo: de tirarse al suelo, de arrodillarse...
Además de director de ópera, usted tiene mucha experiencia como director de teatros de ópera en Madrid y en Bilbao. ¿Qué nos puede decir sobre la actual situación de los teatros en Europa?
Hay una cierta crisis, sobre todo por la falta de público en muchas partes del mundo. Los teatros se llenan cuando hay óperas muy populares, pero no en el curso de una programación normal. Hay que conquistar al público joven.
¿Y cómo se lo conquista?
Con funciones a precios populares. Los jóvenes no pueden pagar funciones de 100 o 200 euros.
¿Es sólo una cuestión económica?
No. También hay que ver qué se ofrece, cómo se hacen los títulos. Ahora se dice que los directores de escena somos los que mandamos. Hay mucho cuento con eso, lo que pasa es que antes mandaban los cantantes, y ya no. Ahora no manda nadie, o en todo caso el que manda es el director del teatro, que debe tener una filosofía cultural. Hoy lo que tiene preponderancia no son los directores, pero sí la parte teatral, porque si vas a ver una Traviata con todos los miriñaques los jóvenes se te ríen en la cara. En el cine, la reproducción de época es perfecta. Tú ves la Maria Antonietta de Sofía Coppola y es perfecta, hasta los pastelitos lo son. Pero en la ópera eso no es posible, entre otras cosas porque no dan los tiempos. Si hacés un decorado en estilo realista del siglo XVIII, el público se pregunta: ¿Por qué todo es tan cutre? ¿Los trajes eran así? Ahora hay que ir a una cosa más teatral. Hay que mostrar que la escena no es un mero escaparate.
La ópera hoy vive una cierta paradoja. Por un lado, la crisis; por el otro, el florecimiento del género entre los compositores contemporáneos. György Kurtág, por ejemplo, acaba de cumplir 90 años y está terminando de escribir su primera ópera. Si uno toma en cuenta lo que ocurre en Buenos Aires, puede pensarse que la captación de nuevos públicos tiene que ver también con la presentación de nuevos títulos. Al menos en el Colón, es evidente que la ópera contemporánea está creando un nuevo público.
Yo creo que el repertorio es fundamental para un recambio de público. Tanto la ópera de nuestros días como la del siglo XX, que todavía no está suficientemente asimilada. Pienso en las óperas de Alexander von Zemlinsky, por ejemplo. Yo creo que los teatros se están dando cuenta de esto.
Una psicología hecha de notas
Estrenada en Praga en 1787, la ópera lleva el título original de Il disoluto punito ossia il Don Giovanni (El disoluto castigado o Don Juan). Escrita en dos actos sobre un libreto de Lorenzo Da Ponte, este “dramma giocoso” tiene sus antecedentes literarios en Tirso de Molina (Don Juan Tenorio) y en Molière (Don Juan o El convidado de piedra). Es la historia del seductor prepotente e inmoral, que Mozart transforma en una poderoso enigma artístico. Como dice su tocayo y acaso también su mayor biógrafo Wolfgang Hildesheimer, “(Mozart) sigue las turbaciones del alma humana como si él mismo fuese el medium y se traspone al estado de ánimo de sus personajes, a sus deseos, sueños y sobresaltos, omitiendo sin embargo sus causas primeras: ¿qué agita de verdad a Doña Ana? (...) Por muchas que sean las preguntas que se nos presentan, Mozart las ha resuelto ya. Pero, precisamente, no podemos trasladar las soluciones a lo no-musical (...) La psicología de sus personajes sólo es expresable en notas.”
Seis funciones, dos repartos
La ópera subirá los días 5, 6, 8, 9, 10 y 12 de abril, con un reparto integrado por Erwin Shrott (5, 8, 10 y 12) y Homero Pérez Miranda (6, 9) como Don Giovanni, Paula Almerares y Daniela Tabernig como Doña Ana, María Bayo y Mónica Ferracani como Doña Elvira, Jonathan Boyd y Santiago Bürgi como Octavio, Simon Orfila y Lucas Debevec Mayer como Leporello, Jaquelina Livieri y Marisú Pavón como Zerlina, Mario de Salvo y Gustavo Feulien como Masetto, y Lucas Debevec Mayer y Emiliano Bulacios como El Comendador.
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