Miguel Angel Solá: "Quería ser buena persona... y creo que lo logré"


Entrevista
A los 66 años, fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura.  En una charla honda y distendida, habla de sus sueños, sus broncas, su infancia, sus afectos. Retrato de la sinceridad.

Otro, al día siguiente de haber sido declarado Personalidad Destacada de la Cultura, seguramente hubiera entrado al bar con el diploma, algo de soberbia y un bañito de falsa humildad. El no. Llega con el atado de cigarrillos en la mano que no podrá prender en toda la entrevista, una suerte de bata sobre la remera, su simpleza, su honestidad brutal: “El acto fue muy lindo... Lo de ayer se enmarca en esas cosas formales que tienen una intención buena detrás, pero que no concita el interés de nadie. Eramos, ponele, diez personas”. Ese es Miguel Angel Solá, un tipo que rompe el molde de las respuestas cantadas.
   Tanto, que cuando la charla -en medio de ese juego de paredes entre la trayectoria y la vida- hace una escala en la infancia para rescatar un recuerdo, contesta sin repetir y sin soplar: “Arenales 1749, sexto B, 428908, entre Rodríguez Peña y Callao. Gutiérrez 2683, 838749”. En ese casillero, algún colega suyo hubiera dicho “jugar a ese otro”. Solá prefiere desempolvar sus dos primeras direcciones y sus teléfonos, que datan de cuando no sólo no se ponía el 4 adelante, sino de cuando la característica era de dos dígitos. Señales de un hombre que no olvida.
-¿La memoria está así para todo?
Para la vida sí. No uso la memoria para trabajar, yo voy asociando escalas de sentimientos, de emociones...
   Considerado por crítica, público y compañeros como uno de los mejores actores argentinos, la semana pasada la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires lo distinguió con el título que lo emocionó, pero que no le cambió las formas. Ni de moverse, mucho menos las de pensar: “Me dijeron que fue una aprobación de 60 personas por unanimidad, que no hubo cuestionamiento alguno. Lo que pasa es que si ese reconocimiento luego no se ve reflejado en el interés que tienen por vos genera un poco de confusión”.
-¿Pero no te sentís querido por la gente?
A esta altura de partido, con 66 pirulos, yo me siento querido por el que me ayuda a vivir. Y eso significa el que me da trabajo, el que me permite mostrar mi capacidad y la gente que compra una entrada para verme. Varios compañeros me dicen que significo mucho en sus vidas y eso me hace bien.
   Del otro lado de vidrio, mientras él toma un café embebido en una deliciosa seguidilla de clarinetes de jazz que suenan de fondo, un hombre toca bocina y lo saluda de lejos con ganas. Tal vez lo vio en Equus (la obra de 1976 que dejó huella en la escena nacional), en unitarios antológicos como AtreverseCompromiso o Alta comedia. O quizás crea que acaba de ver al Klaus Miller de La Leona(la tira de Telefe que terminó hace cuatro meses, en la que le sacó lustre a la maldad televisada). El agradece y aclara entonces que valora el elogio y que condena el espíritu de ciertas críticas “espanta público: me molesta cuando se interrumpe mi posibilidad de pan”.
EPU
Entrevista a Miguel Angel Sola , actor
Foto Guillermo Rodriguez Adami ciudad de buenos aires Miguel Angel Sola entrevista a actor actores entrevistas
EPU Entrevista a Miguel Angel Sola , actor Foto Guillermo Rodriguez Adami ciudad de buenos aires Miguel Angel Sola entrevista a actor actores entrevistas
La máscara de un actor. Solá ha demostrado su versatilidad tanto en cine, como teatro y TV.
 Con 46 años de oficio, repartidos entre su Argentina natal y la España a la que decidió irse en 1999 por amenazas a su familia, no marca su punto de partida en algún ejercicio actoral o en esa participación que hizo como bebé en una obra que protagonizaba su tía, Luisa Vehil (El carro de la basura), sino directamente “en 1970, ya con 20 años, en La noche de los ratones crueles, en el Instituto de Arte Moderno, dirigido por Gerard Huillier”.
-¿Tuviste miedo aquella noche del debut?
Nunca tuve miedo... A mí me gusta actuar, no siento temores, resquemores, nada. No llego a entender a esos actores que no logran controlar la energía de la previa a la entrada al escenario y que no la canalizan por el lugar correcto.
-¿Cuál sería el lugar correcto?
El deseo. Por eso no entiendo que exista el miedo, porque uno abre esa puertita y no hay nadie. Salís y no pasa nada. Al único que tiene que pasarle algo es al personaje. Pienso que eso que dicen sentir tiene que ver con el miedo a hacer el ridículo o a equivocarse. Lo que tiene que hacer el actor es limpiar la mala hierba que le crece adelante y que le puede pinchar los pies al personaje.
   Solá no habla como esos artistas que aterrizan en Madrid y ya dicen distinto. Habla como habló siempre. Y dice cosas, como las dijo siempre. Por eso no calló su descontento con el show que dio Al Pacino en el Colón. “Yo no tengo el criterio ni el concepto de que la personalidad avasallante del actor es la que debe mediar ante el público. No creo en esa escuela del cine fomentada por los Estados Unidos. Sí me gustan algunas personalidades fuertes, pero sé que estoy viendo a (Jack) Nicholson, a Gary Cooper... Es una industria que facilita ese canal emocional”, entiende.
-¿Y cuál es tu escuela?
La que esconde al actor por detrás del personaje. Pero hay tipos que se ponen bigotes, se quitan bigotes o se cambian el color de pelo para parecer otro, pero después juntás todos los momentos en los que fuma y fuma siempre igual, juntás cuando gira la cabeza y la gira siempre igual, haga lo que haga.
-Y si hiciéramos eso con tus trabajos, ¿qué encontraríamos?
Supongo que gestos distintos. Eso al menos es lo que me he propuesto. Actuar es parte de la vida para mí: es una habitación de esa gran casa. O sea, salgo de esa pieza y me encuentro con mi realidad, que es ganar el dinero para pagar el alquiler, la luz y el gas, el colegio de mi hija, pasar la pensión para mis otras dos hijas que están en Europa. Entonces, en ese cuarto compongo.
   La charla transcurre en un bar de Palermo, cercano al departamento que alquiló en Buenos Aires, a pocos días de instalarse en la casa que sus suegros tienen en España. De concretarse su trabajo en la próxima película de Eliseo Subiela, volvería a la Argentina. Lo suyo es ir y volver, acompañado por su esposa, la actriz Paula Cancio (de 31 años), y la hija de ambos, Adriana.
-¿Qué notás en cada vuelta?
Una involución.
-Igual seguís volviendo.
Es que jamás me fui... Nunca te vas de un lugar si seguís hablando su lengua. Y para mí dice más la palabra “mamá” que “madre”. Soy de aquí. Soy un tipo de la anacrónica cultura del laburo y del estudio. Me preguntaba en el discurso (ver Fragmentos de...) si me premiaban por ser un fósil cultural.
-¿Qué querías ser cuando eras chico?
Quería ser buena persona... y creo que lo logré. Me obsesionaba la honestidad.
Sí, quería ser vaquero en el Cañón del Colorado. Y quería ser panadero... El olor a pan es algo que me enloquece.
   Dueño de interesantes silencios, sabe marcar el ritmo de la entrevista, sabe hacerse oír, aún cuando calla. Se recuesta en el sillón, la memoria le dibuja una mueca simpática y comparte que “de pibe también jugaba a la pelota. Primero fui 5 (mediocampo), después me movía adelante como 7. Tenía coraje, fuerza y mucha velocidad.
-¿A quién admirabas en esa época?
A mí me gustaba Alberto González en Boca. Pero mi jugador clave, el mejor que vi en la historia del fútbol, se llama Xavi Hernández. Xavi le enseñó a jugar al Barcelona y a la Selección española. Es un maestro. Y, de aquí, el que más me ha gustado ha sido (Juan Román) Riquelme. Me atrae el que reparte el juego, el que ve el gol antes de que suceda. El que tiene panorama. Soy de Boca, pero admiro la escuela de fútbol de River.
   Eso es Solá: alguien que no contesta para su tribuna, ni conceptual ni literalmente hablando. Cuenta que en tres años y medio lleva “nueve mudanzas. Y toda mi vida la tengo en cajones, dejada en guardamuebles y casas de amigos”. Y que su lugar en el mundo son “las sierras de Córdoba, Mar del Plata cuando era Mar del Plata, la ciudad de La Plata que me encanta y que tampoco es lo que era. Yo vivo más en el mundo que viví. Y eso me hace comparar... Ayer volvía caminando de la Legislatura y miraba para arriba, miraba para abajo y eran dos realidades de una misma foto y no lo podía creer. Yo siento nostalgia de Buenos Aires cuando vuelvo a Buenos Aires. Esto es una mueca grotesca de una ciudad a la que le ves todos los piolines”.
   Padre de tres hijas (María Luz de 20, que está estudiando en Budapest, Cayetana de 15, que vive con su mamá, y Adriana, de 3 años), reconoce que tuvo que ponerse al día con los dibujos animados de esta época. Habla con naturalidad de Peppa Pig y de la Doctora Juguetes. Y confiesa que sigo “tirándome al piso como lo hice con la otras dos, sólo que ahora me cuesta mucho levantarme”.
   Ya sin su obra más representativa en cartel -Hoy: el diario de Adán y Eva, que en el ‘95 estrenó con su mujer de entonces, Blanca Oteyza, y ahora la protagoniza junto a su pareja-, prepara dos textos con el director Manuel González Gil: “No sé qué saldrá, lo que sé es que no puedo estar sin hacer nada”.
¿Qué hacés cuando no trabajás?
Me como las uñas. No se puede disfrutar cuando no sabés cómo vas a hacer para ganar el pan.
   A sus 40 premios de cine, teatro y TV, le acaba de sumar el diploma que marca toda una declaración de principios para un hombre que sólo actúa en la ficción. Después, toda una señal, es lo que se ve.
RECUADROS:
Fragmentos de un discurso apasionado
* ¿Pueden apagar los móviles unos minutos? Unos quince minutos. A uno por página. Cálculo hecho: “trataré” de ser breve. Pero apaguen, por favor. No los miren, no se distraigan, así yo tampoco me distraigo y los entretengo menos. Gracias.
* Voy a aceptarlo, como un reconocimiento por todo lo ya hecho, que la mayoría desconoce, pero más aún como un voto de confianza a mi capacidad de hacer. O sea, no quiero un “réquiem” formal, sino que de este acto broten ofrecimientos concretos de trabajo, que son lo que me estarían faltando para mostrar esa capacidad.
* Crecí creyendo a mi madre: “La libertad es un útil, no un concepto. Nunca dejes de ganarte el pan por las tuyas. Creé en vos y en la gente buena, que la hay”. Y la hay. Crecí escuchando a mi padre: “No te acerques a los que quieren que dañes a los demás. Nunca robes, no dejes de estudiar y prepararte. Aléjate de los que te mandan a probar a vos. Ésos son los que terminan matándote, para que no se sepa que ellos te incitaron”.
* Y crecí creyendo que la democracia le iba a doblar el brazo a los miserables.Pero, salvo en los seres que aún lastimados en muchos sentidos defienden el amor a la vida, lo que veo crecer es el miedo, la desilusión y el hartazgo; tres enormes peligros para la gente de buena leche.
* En esta selva soy gorila viejo. Cada vez más apartado. Soporto poco los halagos y los encuentros cercanos de cualquier tipo que abran puertas a relaciones tramposas, en las que cada abrazo parece un palparse de armas.
* Esta distinción pertenece a mi hermana, a mis amigas, a mis amigos, a mis muertos, a mi director favorito, a mis tres hijas: María Luz, Cayetana y Adriana, y a la mujer que quiso verme erguido en mi tierra, e hizo todo lo más difícil de hacer para eso: dejar atrás su vida y confiar en la nuestra, además de poner a mi lado su talento para que yo lograra ser feliz acá. Aún no pude llenar un teatro para vos. Ni medio. Pero, antes de morirme, te prometo, Paula, que nos vamos a divertir mucho creando, siempre creando. Te amo.
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A lo largo de una hora y media de charla, Miguel Solá repite que la noche en la que fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura “no hubo tanta gente como uno puede imaginar en un acto así”. Asume que la cantidad no le duele en lo más mínimo: “Digamos que estábamos los que teníamos que estar. Mi mujer, mis amigos, afectos cercanos, compañeros que valoran mucho laburo. Estuvo el que sentía que tenía que estar”. Y en ese puñado que después de la ceremonia se reunió para la foto se alinearon los actores Gabriel Rovito y Esther Goris, la mujer de Rovito (Débora), el director y su íntimo amigo Manuel González Gil, el premiado, y los actores Paula Cancio (esposa de Solá) y Claudio Rissi. Solá llevó preparado un discurso (ver Fragmentos de un...) visceral y agradecido, escrito en primera persona.

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